Una persona acude a una clínica, con un tobillo torcido, es fácil que por un ictus, con el que es capaz de llegar al hospital. En recepción le piden su seguro. No lo tiene.
Llaman a unos guardias de seguridad para que despeje el mostrador. El ser humano tiene derecho a la vida. Ellos tienen la obligación de ganar dinero para sus inversores. Aquellos tiempos despiadados para la humanidad, donde se emplearon armas y campos de exterminio, ahora se hace desde espacios pulcros, desde carteles por la vida. Aquello fue despiadado, lo de hoy, es de criminales.
Necesitaron el silencio de muchas "personas de bien", que callaron, soñaron con una grandeza desde su normal cotidianidad, creyeron a quienes les iban a proteger de tantos enemigos que ellos no habían visto nunca pero que estaban a punto de llegar. Iban y acuden a realizar sus plegarias y se pasan los altares como para liberarse de los estigmas que ven en los otros, a los que les han dicho que son malvados.
Gente que ven los grandes signos de su vida en las palabras ampulosas aunque sean contradichas por todas las vivencias que les van aconteciendo. Hablas una y otra vez con ellas y se centran en lo que escuchado, no en lo vivido. Como abducidos acuden a los lugares comunes aunque eso sea hundirse en un pozo del que luego se quejan, no tienen recursos para salir y se lo reclaman a quienes han aborrecido, por algo que no les han hecho.
Contaron a sus hijas y nietos el cuento del pastor que asustaba diciendo que estaba por llegar el lobo y los parroquianos se encerraban en casa; mientras por las calles aquel vocero acudía tomando un poco de aquí, de su vecino; un poco de allá, de su amante.
Cuando el lobo de la privatización se estableció entre ellos; como siempre, empezaron a rascarse los bolsillos para hacer lo que siempre se habían acostumbrado a hacer: cumplir con lo que les mandaban. El lobo cuando llegaba alguno como nuestro protagonista de arriba, le pedía sus pagos y le mostraba las excepciones. Siempre soñaban que en la otra vida, su bondad, su sumisión sería recompensada. En la tierra, unos hacían caja con sus ojos llorosos y su voluntad doblada; sus trabajadores, les limpian de mezclarse con los desfavorecidos y los esbirros, pensaban en el lado correcto de la vida; aunque fuera, sólo, mientras eran unos esclavos privilegiados de sus amos.
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