Llevaba unos años ensayando. Alguien me ofreció una oportunidad en Porto. Recuerdo que aquellos días había borrado de mi repertorio medias verdades en forma de canciones fáciles y sin alma.
Por aquella época, más por snobismo que por convicción, me había grabado en los primeros meses de aprendizaje, como creyéndome un virtuoso; al oírlo, sentí la vergüenza que pasé por aquella mamarrachada, que se abrazaba a lo nimio e intrascendente.
Ahora, había renunciado a todo, trabajo, lectura, huerto; el lobo estepario, buscándose a si mismo; alejándose de los demás, sentía que en mi espíritu se albergaban infiernos y campos de girasoles trazados en un tempo posado sobre el oro del otoño; algunas sesiones, acariciaba momentos sublimes de la vida pasada. Terminaba agotado, en lo emocional; seguía buscando, obsesivo fuentes internas que hubieran guardado esencias, como el protagonista de El Perfume, del a perfección.
Llegué unos días para preparar el lugar y conocer la acústica. Pasee de una forma demencial, hasta el agotamiento buscando algo que le está vedado al turista o al visitante esporádico: el olor de las conversaciones familiares, bajo el aroma de los cafetales de las coloniales.
Agotado, cerca del gran teatro, busqué un bar eterno, sin marca comercial que iguale decorados y aromas muertos.
Como excepción, pero no en épocas donde el paladar suple otros placeres, me dispuse a pedir un café y lo que parecía un pastel hecho para desnudarte en un lago de montaña tras una caminata de un Julio que te tira el cielo sobre ti.
Me recreaba con el despertar de todos los sentidos; entonces...
Hierros incandescentes se clavaron sobre mis sienes. El trozo que tenía en la boca se evaporó.
Me percaté que enfrente se había posado ella.
Era perfecta la armonía de toda su cara. Sobre el ébano de su piel se había tallado unas formas perfectas.
La contemplé una eternidad. Ella levantó una sonrisa y yo la erigí un pedestal.
Actúe, como nunca antes lo había hecho; mis miedos habían sido cárceles en los que había metido todos los viajes en los que había soñado navegar en los mutuos cuerpos hambrientos.
Me levanté la dí unas entradas para mis conciertos y una palabra para descifrar el mundo.
Cuando lo abrió, los infiernos se apoderaron de mi música y su cuerpo me poseyó hasta derribarme, meses más tarde, a los suburbios de mi mente.
Recorro las calles de esa ciudad, como un náufrago. No pregunten que digo, porque suelto palabras como mi salvavidas, para no ahogarme en el mar de su belleza huída. No crean que pido limosna.
Sólo quisiera un saxo por si de sus entrañas surgieran briznas de la tarta que acariciaba la comisura de aquellos labios abrasadores, que permanecen indelebles sobre un cuerpo al que sació, como soñé darla un océano de besos.
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