Son días de descubrimientos cuando parecía que todo estaba visto. Sobre un pentagrama escribieron millones de sueños y apenas uno descubrí. Todo era tan grande.
Me acerco a ellos con la impaciencia de llegar, pero con la imprudencia de no poner los pies en los lugares que me sirvan para atravesar las corrientes. Me mojaré para entumecerme y avanzar más despacio pero muchas veces fue así, y ahora, aún aprendiendo, la cabra es de tirar a la roca más vertical, pero en mi casos con caídas, por no tener las pezuñas de la paciencia para reafirmar cimientos. Antes pasó con aquel inglés en el que me sumergí por años. Metiéndome en cursos de C1, porque sí, porque era capaz de convencer de mi frenesí a la profesora de verano de la Autónoma, cambiando la letra de una Desolation Row, en el que creía haberme embarrado, cuando en realidad era un Frankenstein, que había robado retazos de fonología en un libro para actores, había oído a Coldplay aunque no para animar a ningún Manchester e incluso salí a los Carnavales por si Shakespeare podía traer a Julieta para que tuviéramos un lecho, sin familias que nos deshicieran de nuestras pasiones.
Publiqué una despedida por creer que el inglés había desaparecido; no quería tener nada del tiempo anterior como Harry, nada de su padre y madre; la noche se acercaba, pero no estaba oscuro aún y entonces descubrí sonidos para quedarme extasiado sobre una senda desde la que veía pasar el mundo, aunque en aquel espacio se habían cercenado borbotones de ilusiones. Tuve visiones, pero no eran de Johanna, era un señor con un tambor que iba pisando los mercados de las cosas caducas, para impregnar gotas de eternidad porque eso era lo que nos dejaba lo compartido. En cada uno de los granos que recibían aquellas aguas, se instalaba un jardín y de él brotaban ramas y hojas para construir una cabaña, pero todo iba rodando como una piedra y nada permanecí. Todo se erosionaba, pero el titiritero quedaba para quitarse la chistera y que manarán intentos.
Como hoy, como muchos días de los de siempre, sabían que podrían existir los desiertos con horizontes para plantar las haímas del conformismo.
De los oasis, aún en algunos que eran espejismos, miraste su profunda belleza, siempre se escapó, estos días abrí pozos y con ellos juego, para devolverla todo logró que no se arrasará.
No supe comprar flores como la señora Dalloway. Esta tierra es la única que me dijo que guardará, por si al plantar lo que he vivido y pienso, crecieran pepitas con flores para otros mundos.
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