Andaban sucediendo cosas. Algunas parecían llamadas a ser la entrada a las olas del caos.
Recogiendo aguas, vientos y días sin sol, pudiera pensarse que todo estaba avocado a los más grandes momentos en el universo. Eso era muy aparatoso, pero miré la sombras para identificarme. Muchas eran confusas, tenían las formas con las que había tropezado durante años.
De una extraña, huidiza, casi tridimensional diosa, no encontraba explicación. Me acercaba, arrobado por su personalidad, porque quería tocarla, besar su latido, fundirme en su ojos de lecho de miel, pero se movía y se alejaba como el cometa en el que había soñado traspasar el universo.
Fui a luchar, despojado de armas, ahora que las togas se han lanzado a afilar lo que tú ves con las piedras encontradas en las simas oscuras, nada de grandezas en Montes perdidos.
Volví desheredado porque se me negó su presencia y subido al tiovivo de desconocidos, desconfíe de la tierra firme; si esta había sido capaz de escondermelos; sólo me quedaban las aguas y allí me ahogaba porque las ilusiones se me escapaban entre los dedos.
Creí ver un islote, en él, una sirena; soñé agarrarla en el espacio pero tampoco tenía cuerpo e incluso aquella, la de ayer, también se fue, ¡Qué importa! Nosotros no somos los mismos y los cielos nos hablan de enlazar los cuerpos porque perduran los sabores, cuando las palabras se repiten, pero sin la lujuria de ser llenado de la otra
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