sábado, diciembre 10, 2022

El club en puño

 Cuando comprendí que tendría que luchar; como fuera a golpes sin guante, o con cualquier instrumento. Me dispuse a recibir las pertinentes clases de espiritismo, y otras artes, fueran marcianes, no por martes sino Marte, o no.

  No había más remedio, las cañerías se veían cercadas y todos los burriatos que había enviado por delante, se habían ido deshaciendo como un azucarillo entre los sudores por aquellos labios carnosos y lascivos. 

  Es lo que tiene la palabrería, empiezas dándola cancha, se crece y cuando llegan los días de más sol, germinan y transforman lo que parecía un cardo borriquero y le da una nueva identidad. Algunos antes estas cosas son muy escépticos y afirman que las esencias se guardan. Yo, como por casualidad, les suelto que eso es el ser humano y su capacidad para desarrollar empatías que no están en la esencia.

  Cuando les digo eso; para que lo habré dicho, que si Casiopea por aquí, que si los cantores atraen las abejas pero también las moscas.

  Yo, que como Tom tuve que asistir a una lucha fratricida en aquel monte, aposté porque no sucediera, pero le di 50 euros al corredor que me dijo que aquel era imbatible. Debo reconocer que no estaba muy puesto en el tema, pero la codicia y unas ancas, que por parecerse mucho a las de rana, entendí que le daría la capacidad de saltar y enfrentar al contrario desde varias perspectivas, que eso parece siempre una ventaja, podría darme unos réditos. Como diría Krahe, no todo va a ser meter las manos en la masa.  

   Cuando tuve que entrar en el cuadrilátero, alrededor, aquello era un sindiós y las bocas echaban espumarajos desde unas caras enardecidas y descoyuntadas; hubo un momento que pensé que sería más práctico meter allí un cirujano plástico, pero lo descarté esas mentes no podían parar;¹ como un ejército zombi a los que les habían dado el mismo producto desquiciante que a los jóvenes alemanes, que por ello, creyeron que lo que hacían era normal. Ser una bestia.  Bello, el libro "un verdor terrible" de Benjamín Labatut

   Uno de los contrincantes que tuve enfrente, me había contado su historia con aquella vela y su mecha y su búsqueda de aventuras sexuales. Era muy bestia lo que había experimentado sobre todo cuando la llama se le iba acercando y su mano debía acelerar su llegada a la pequeña muerte, pese a que la cabeza iba recibiendo golpes de chorros de agua descontrolados. En aquel día, me reconoció que había obtenido lo que quería pero que eso no son formas, para repetir con una cierta tranquilidad.

   Me daba la sensación que ahora buscaba esos placeres a base de golpes. Como le iba a contar yo mis cosas, si ahora estaba enfrente de él y había apostado a que pelearía con una sola mano. Lo había preparado durante meses y había tenido en cuenta que no había reglas. Las bestias no las tenían y mi afán de supervivencia, las había eliminado.

   Su historia me sirvió y mis dientes se lanzaron hacia aquel lugar chamuscado. Me así con mi mente enfermada, mientras mi puño minaba todos los bajos de aquella piltrafa que había perdido todo el control y a pesar de ello, ciego y enloquecido no aflojé porque era consciente que era mi única oportunidad.

    

    

No hay comentarios:

Siameses y mercader

Siameses y mercader
Zaida, Fernando y