jueves, diciembre 22, 2022

Corredera

 Si te acercas al balcón te das cuenta que una puerta corredera podría quitarle su encanto a un ventanal de madera y cristal, pero que te podría ahorrar muchos fríos y alguna que otra mosca, cuando estas se vuelven pesadas.

  Llevo una vida en corredor, pero bueno, alguno lo llama en andador y de una manera o en otra,  me da la sensación que me ha abierto muchas noches como hoy, con las nubes recién aliviadas. Te envuelven y el ambiente te abraza como un agua en una montaña que dulcifica toda la sal que has acumulado cuando acabas de coronar en un verano explorador. 

  No siempre fue así, de joven era el fútbol y otras veces, elegiste otros deportes; pero, a este he vuelto  desde que lo descubrí entre agujetas, lesiones, alguna, no muchas y entrenos para recorrer un mundo. En este última época, aunque haya cambiado los hábitos para salir cuando el día ya ha cumplido sus "ayes", y todos los músculos, por fin, parecen descansar y regenerarse de lo que le requeriste el día anterior; es cuando los gemelos parecen haberte dado una tregua y disfrutas como si las hojas caídas te elevaran y salvarán de un suelo con dedos en garra.

 El límite está en lo que se ha vivido hoy; cuando desde la huerta contemplas la Hueva y el Pico del Águila, te olvidas de alguna rotura al coronar este último y de alguna subida pletórica del primero, ahora lo que sueñas es que alguna vez podrías recorrer estos dos más los siguientes, ese subida al balcón de Trijueque, a Torija. Sabes que ya no lo harás, que tus piernas y tu cabeza no están para tiempos infinitos corriendo; sin embargo, lo sueñas, labrar con tus pies desnudos de años.

   Correr es sentir cada uno de los metros que avanzas, mirar a un lado y a otro para recordar pasado y sembrar futuros; también es no ver los ojos que se acuestan para que no les percibas, por si te da por ser un depredador. ¡Cómo no lo voy a comprender!. 

    Por las noches, sólo ves sombras de gigantes, pero yo no los embisto; no sé lo que esconden, pero me siento arropado; son de los seres humanos de los que no sé lo que encierran; algunos se ponen nerviosos porque se les da derechos a los animales, ¡cómo si ellos no los respetarán!. 

    De Eddie Veder escuchó su música, y si, de Clemons, la que hace a través del saxofón; ellos si muestran parte de lo que son a través de la belleza de sus sonidos. Hubo un tiempo que al correr los cascos para escuchar a Dylan, Van Morrison, pero ahora en ese correr entre brumas y luces, o entre sombras o por un día de un violento sol, me recreo con el silencio que me rodea y entonces fluyen los ruidos de mi mente, algunas veces tienen armonías, otras veces melodías, pocas veces, el trueno de un exabrupto por algo que no afrontaste o confundiste. 

    Subes lento; no, no hay tiempo, sólo un ritmo propio, algunas veces te sorprendes que se suelten esos pesos que se instalaron en los gemelos y que te son tan cotidianos; entonces empiezas un Long Way y la cadencia en la voz de su autor te lleva a recorrer una autopista, aunque su magia aparece por las pequeñas carreteras que te gustan recorrer. Ella camina por la vega del Tajuña vestida por tantas ropas que realzan su hermosura.

     Existe una puerta corredera cerrada; dentro el amor de una familia arropa a quien ha ido dibujando su figura sobre las nubes; escucho al trovador de Brother the Clouds porque con el pincel de su voz mezcla los colores porque él también ve a esa habitante y la describe para que su imagen luzca en las nubes por tanta bondad que ha ido derramando. Por momentos, siento que sus gotas llevan mezclas de abrazos, labios de no dejar de intentar rehumanizar las quiebras por egoísmos; por si al escribir eres capaz de abrir cuevas para contemplarnos desde The Dark; por si podemos seguir nuestras sombras, aunque sean en las arenas movedizas de lo que se nos va.

    Veo una luz detrás de aquella puerta y dentro el amor la ilumina

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