lunes, diciembre 26, 2022

Brocolí

 En mitad de un empedrado entre brócolis, me viene el recuerdo de lo que hice comer a mí hijo. Tenía 8 años y no era consciente de lo que le estaba haciendo. De hecho, cuando he vuelto a aquellos tiempos y esas imágenes, pienso que él era más consciente de lo que pasaba alrededor. Decir más listo, quizás sería una imprudencia, pero más consecuente seguro.

   En aquellos días, como en estos, alguien, un policía, le había dado una patada "voladora" a nuestro vecino; mi chico no se calló y dijo "eiba, vaya patada", claro yo tiré de su manga, para que callará, alguien había subido hasta nuestra posición en el campo y Jhonny, así le puse, lo siento, seguía diciendo: "brutal", más por la plasticidad que por otra cosa. A mí el hombrecillo insufrible, con el que había corrido en maratones me señalaba las dos manos juntas. Yo, le implore a mi chico y cuando este siguió enganchado en esa imagen tan icónica, le tuve que tirar, ya del brazo y le grite, dios le grité como un energúmeno, como no lo había hecho nunca y calló, por unos eternos minutos; mirándome, como implorando entender algo que no había pasado nunca. Le solté, y metí la cabeza entre las dos manos, hundiéndome más y más hasta ser pequeño, ínfimo; a la vez, mi hijo se había ido alejándose, como si yo fuera alguien extraño. Una bestia pero no en el sentido que había utilizado antes para calificar aquella patada en la espalda. 

  Luego se quedó parado, separado por un océano de mis lágrimas. Pensé que no habría embarcación que nos volviera unir, aunque fuera para dejarnos extenuados en las orillas, donde nos podríamos recoger. Fue José quien salto las diferentes vallas, quien nos cogió de la mano y quien nos bajó al campo. Me dijo que había visto lo que había pasado y se había percatado sobre quien había subido y como había tenido que reaccionar.

    En el campo, sin cambiarse, después de un largo partido en el que había sido el héroe que siempre fue en nuestra "calle muerta" y en el "club", empezó a enseñarle sus trucos y hacer sentir un héroe a mi hijo y un ser afortunado a mí. Cuando me pidió irse a cambiar y con un gesto, pidió a los empleados de recuperar el campo, un poco de tiempo. Mi hijo me tuvo como conejillo de indias, 10 minutos más. Y como narrador de sus aventuras sin fin, durante 20 eternos minutos en el que de vez en cuando me pedía que le soltará de la mano porque iba a hacer otra demostración. 

   Después de aquello, volví a hacer un curso de teatro, porque esa intensidad era un masterclass para recordarme los tiempos con otros maestros, Roberto, Pablo, Rodrigo, Stern.

    Cuando abrí la puerta de nuestro piso. Me dijo, muy serio, papa, estoy seguro que no puede haber ningun policía que pueda proteger lo que ha hecho ese otro.

     Le abracé y en una lágrima viajaba el encuentro en el que se embarcaba siempre mi hijo. 

     Luego cogía un poco de brócoli, lo preparaba como sólo el podía conseguir que yo me lo comiera.

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