Cuando recogía aquella habitación, se fijó en un viejo cuaderno que tenía la forma de un harapo. En la primera hoja había anotaciones indescifrables, a no ser para un niño pequeño. Estuvo a punto de partirlo en cachos pero prefirió apartarlo a un lado, con lo que le daría una segunda oportunidad aunque en aquel momento lo tapó con algo que luego tiraría.
No sabía que estaba llamando a las puertas del cielo.
Después de aquel día anduvo años descifrando desiertos, sometiendo montañas, arrastrándose entre las olas. De estas, vio sus crestas, donde parecía que todo llegaría fácil, pero también los valles entre una y otra, paredes que parecían dispuestas a arrojarle fuego que deshiciera las gotas. Escalando tuvo la precaución de hacerlo siempre en las condiciones que le habían enseñado sus maestros, no quiso desafiar las ventiscas, como a modo de lección le había sucedido en una mano que por una imprudencia se había quedado al aire que le hizo llegar llorando por lo que sentía como una quemazón que era el principio de congelación. En las aguas se entretuvo, muchos instantes no las imperfecciones fueron dotándole de sabiduría, a la vez que alguna vez, en los últimos años que volver a los desquiciados momentos no era una buena opción.
Un día, agotado, creyendo emprender otro viaje, ahora sentado. Levantó aquel cuaderno que se había salvado, sólo porque ya había unido varios montones y sus largos brazos no abarcaba ya aquel extraño conjunto de hojas desarrapadas de cualquier protección.
Dragonio había vivido en aquellos parajes y se jactaba de conocer cada palmo de aquel cauce. Sus tribus, su fauna, su flora. En la última hoja ponía: Hoy entre alharacas y bendiciones, el ser humano ha empezado a colonizar nuestro habitat. Diez dragón pis vamos a interponernos para evitar esta locura. Cuando vuelva os contaré el resultado de nuestra acción.
No lo escribió. Hoy el río ha sido tomado por los edificios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario