viernes, diciembre 30, 2022

La madrugá

 Esa me la he pegado para subir al Anglirú. La pechada ha sido importante y tras unos kilómetros no sé ni lo que me queda ni si he avanzado lo suficiente como para que me firmen la cartilla. Lo que si tengo claro es que he montado la tienda de campaña, he cogido el portátil y me he puesto a informar de la decisión que habían tomado las cabras de abajo. El movimiento ha sido asambleario, nada que ver con esos partidos verticales que controlan desde una punta para que sólo caigan migajas hacia abajo. En algún momento a eso lo llamaron maná pero claro ahora, nadie puede recibirlo, están las empresas que dan una parte de esto a sus empleados y ellos acumulan que arramblan con  todo. 

 El caso es que me metieron en faena, las cabras , me refiero. Era pronto y llevaba prisa, pero no me sirvió de excusa, ellas también tenían que subir, incluso mas arriba y sus pasos eran más difíciles porque las piedras están en esta época más resbaladizas y además los machos están a su bola, que eso también tienen su dificultad porque van como pollos sin cabeza e igual les dan un empellón que les preguntan quienes son y eso duele, porque unos meses antes se pusieron de un pesado supremo. Pero no como los del Tribunal que a esos se les tiene que echar de comer aparte.

  El tema era si iban a ofrecerse a salir en las fotos el próximo verano. Llevaban años que aparecían en los lugares más recónditos y en las posiciones más espeluznantes. Les gustaba el riesgo pero sentían que estaban siendo menospreciadas, ofreciéndoles una alimentación exquisita pero plastificada. No lo podían entender; si aquel grano venía en grandes contenedores, se preguntaban como podían meter sus pequeñas porciones, porque eran nimias, que eso era otra cosa que les parecía un abuso. Quiso entrar en la conversación un señor orondo que, por supuesto no había sido invitado A mi, me habían explicado que por mi mochila, sabian que era de esos que ni van pidiendo fotos y posturas, cada vez, más difíciles, como si los humanos tuviéramos la frustración de no poder poner cada noche un Kamasutra en nuestra vida; ni tampoco tenían pinta de comer sus hierbas más especiales. 

  Al otro, no, en cuanto abrió la boca, más bien la bocaza, le empezaron a relamer. Terminó ido. 

  Decidieron no conformarse con migajas y yo, no llegar a la cima, pero de todo se aprende 

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