Fue a Saimán del Norte y en una primavera lluviosa. La noche había caído y el agua soñaba acariciar aquella mujer que conoció dos veranos antes.
Lo que entonces vivieron era lo cierto; bajo aquellas arboledas, con el agua que les flotaba en su pasión. Andaban conscientes de la paz del entorno pero viéndose sólo en la otra persona. Cada centímetro de la piel del otro había sido surcada por un velero de pasión, en viento favorable. Ella dió lo que él la pedía y este no guardo ni un gramo de su lascivia desatada para entregarse a ella, insaciable.
Aquello fue hace dos años y cada uno de los días parecía que había engendrado océanos y cavado simas kilométricas para volver a aquél sueño, que les era tan real en determinados momentos.
Ella salió de aquellos, tocada, dueña de todos los placeres que había compartido. Sintió que debía salir, cogió una mochila y se adentro en otras culturas, entre aventuras y estancias Kapucinscescas llenas de horas de charla en la cocina. Se aproximaba a este encuentro con vértigo, porque no hay nada más inseguro que no saber lo que recorrió la cabeza de su compañero durante todo aquel tiempo.
Sobre una lágrima escribió la aproximación, sonaba en un do grave por aquellas noches bajo el ruido de las bestias que afloraban a su alrededor; un mi sostenido la sostenía en aquellos momentos en los que un paso en falso la podía poner en medio de un choque fortuito donde el daño podía avocar al caos.
Con el sol, agudo de un amanecer extenuante, el Sí sostenido afloraba nada más intuir el primer rayo.
La siempre se la ponía cuando los caminos podían ser tan diversos que el recuerdo de aquel tiempo, dos años hacía, era lo único que la calmaba de sus miedos. Nada había más pleno que la lengua de él, relamiendo su oreja que había engullido para escuchar el sonido de un corazón que a ella le golpeaba en tantanes de éxtasis.
Mientras él, en aquellos dos años, se había unido a una banda de música. Tocaba el saxofón, como había explorado en ella su sexo de mil tonalidades. El Fa sostenido agudo saltaba sobre la piel de aquella juventud que le había motivado para hacer el sólo de Clarence, en Drive all night. En un Tc había encontrado a Kenny G que hacía tiempo le había revelado la senda apenas excrutable a un lugar recóndito donde poder alcanzar a otra dimensión.
Todo esto había pasado según se acercaban el uno a la otra, presionando una octava donde habían comprendido que tendrían tiempo para ser, otra vez dueños, de un placer infinito que no sabían cuánto duraría pero en el que volvían estar a punto de embarcarse para navegar hacia el nacimiento de otro salvaje Amazonas
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