En alguna sala apenas iluminada, puede ser de un bar o de una piso, puede encontrarse alguien hablando con la parroquia a la que siempre se encuentra a esas horas; se comunican en medio de un guiñote, un tute, o arriesgando en el mus; en la otra sala, alguien leyendo una página para entrar en el agujero muy oscuro del último libro de Houellebecq, donde subirse a una piedra que le saque de una corriente sin sentimientos
Una presentadora de televisión vende el producto que mejor les cuadra a sus patrocinadores.
No muy lejos, en otra sala, con una madera, noble, se reúnen un grupo de gente que estudiaron un Derecho que tendrá sus matices, pero no está abierta a las trampas. Ellos sueñan tener la misma textura que la decoración; sus actos no lo son.
Por la carretera, fluyen coches formando un manantial que salpica gotas de retazos de muchos cansancios, de otros miedos o de incertidumbres sobre como llegar a fin de mes. Alguien lleva una furgoneta, como la del protagonista de "Sorry, I missed you" de Ken Loach, es un extranjero que se busca la vida cumpliendo al pie de la letra cada uno de los momentos de la película. Sus hijos, el golpe con su medio de vida, los nervios por cumplir los plazos y los desprecios de receptores que creen que viven en un mundo del comunismo, cumpliendo con todos los ritos del capitalismo.
En la piscina, una mujer busca que no le pongan más normas electrónicas porque todas las que ya cumple la tienen al borde de la exasperación, incluso antes de pasar por el torno de entrada a ese completo polideportivo. Por momentos cree que para muchas instituciones, empresas avanzan es quitar del medio a quienes le podrían ralentizar; algunos gobiernos lo creyeron también durante la pandemia.
Encima del suelo de un gimnasio, alguien anima a su alumnado para que no se limiten. A que se descubran siendo otros, y dentro de estos, que les busquen sus matices, como comerían, como andarían, como mirarían; el mundo va a ser descubierto desde sus percepciones y les ayudará a quitar el velo con los que los hayan percibo.
Salones sin danzantes contienen a quienes diseñan una música y una coreografía para ser seguida por los ciudadanos. No les importa ninguno, son intercambiables; sólo quieren ganancias y sumisiones. En una sala de al lado, una joven mece su cuerpo sobre un espejo que se ha curvado para homenajearla. Estos coreógrafos no pueden contener toda la sexualidad que está en los pasos que sobrevuelan para posarse sobre espectadores extasiados. Con los dedos de su mirada, se recrean sobre partes de esta ingrávida realidad.
Sentados en sillones anclados a la historia, vuelan martillos que golpean a sus súbditos; tienen el poder de destrozar los actos cotidianos, para convertirlos en momentos de paz, como los niños de "The Wall", que caminan dirigidos.
Salimos de todas las salas y cruzamos plazas, allí nos entretuvimos en mirarnos a los ojos, y en escuchar palabras que antes eran sólo oídas, somos mucho más que las maquinaciones de los servidores de quienes quieren el poder.
Por desgracia, en una sala, muchos sirven a estos últimos, sin darse cuenta de lo que están viviendo con sus actos
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