viernes, noviembre 04, 2022

La Adquisición

 Sembrando por lo baldío descubrí que un metro de esfuerzo, también se puede medir en kilos. No es fácil descubrirlo, más si es de una forma tan abrupta como me sucedió a mí. 

   Mi señora había puesto la paellera en modo receptor de un Sol, que para ser Noviembre es muy intenso. En mi cuarto de "inventor" estaba yo terminando de limar una pieza, con una lima del 8. Mucho más dura que la la caña del 3 de mi saxofón, pero claro, todo tiene su lógica, esta ultima recibirá mi saliva y la de bici voladora tendrá que soportar unos calores que en verano, se hacen tan insoportables, tanto que las últimas pruebas las tuve que hacer en la selva de Irati. Allí, sus árboles parecían acariciar mi locura de empezar a planear, si llevando un paracaidas, pero con la duda si se abrirá si no he cogido la suficiente altura.

    El caso es que fuera por ese calor, fuera porque el roce hace el cariño, pasó que la paellera se soldó con el techo solar que le había puesto como protuberancia protectora a mí bici. A mi, me pilló sentado ajustando los pedales, porque ya sabes que estas eléctricas como forma de lavar su imagen, hacen que el conductor mueve los pies para que active un poco el corazón. 

   Las fabricantes de bicis, lavan su conciencia por haberlas hecho una fábrica de colesterol, haciendo que muevan un poco los pies, como las eléctricas dicen que generan energía a partir de las placas solares, pero un poquito, porque la mayor parte de su negocio lo extrae de las fósiles. 

    Trampas con las que cada uno calmamos nuestras ansiedades.

   El caso es que la paellera activo el mecanismo que ya tenía instalado y vaya, me ví volando. Allí, salieron todos mis miedos, ni pedaleo, ni leches, iba tan tenso que mis piernas parecían tomadas por hierros que, podían sentirse despreciados, porque todos las partes de mi aparato, ya volador, estaba hecho de composites de materiales nuevos. 

   Ibamos cogiendo altura; a mi no me quedaba más remedio que relajarme y ya empiezo a pedalear y a mirar para abajo. Allí, sobre un montículo, estaba la chica de ayer. Fuí a llamarla, a gritar, pero desistí; me vinieron los recuerdos compartidos que fueron intensos. Me relaje, como a ella también la ví contenta de su actual situación

   Subíamos más, pero más de un exagerado muy alto; tanto que no sabía si me quedarían pulmones para tocar el saxo, porque parecía como si mi fuelle se hubieran pegado en sus paredes.

    Al llegar a unos diez mil quinientos doce pies de altura, levanté la cabeza y me dio por mirar al lado izquierdo. 

  ¡Hostias, que venía un cohete!, pero como vienen estos, a toda leche, sin freno, sin control porque no ví a ningun piloto, ni nada parecido a una perrita Laika. Me tocaba a mí acelerar, pedaleando, aunque no sabía si aguantaría una presión sobre los pedales a los cuales no había terminado de atornillar.

   30 metros me sobraron, para que ese artilugio no me destrozará, ni me desintegrara; pero sobretodo me salvo que hiciera una tumbada, como las de Márquez, desafiando la gravedad, casi un 65 por ciento, si lo hago un poco más, me pongo a girar y lo mismo, al terminar la rotación, me hubiera dado el candado que llevaba abierto la escotilla de la nave, "china", que pude leer en su idioma "eh chicos, estamos en prueba".

    Al rato, delante de mis narices, ví que se desintegraba; pensé, ya podía haber sido antes, sobretodo cuando una pieza que se había salvado, seccionó la soldadura que se había hecho entre mi paellera y el techo. 

     Empecé a caer, en forma de misil balístico; cerré las piernas y aferré la bici a mis piernas. Cuando ya estaba a punto de tomar tierra, con el paracaidas abierto, pero siguiendo cayendo con fuerza, mi paellera nos adelantó en la caida y se quedó debajo de las ruedas de mí bici. Empezó a planear y tomamos tierra de una manera controlada, como tienen que ser los componentes que vas a poner en la paella. 

    No vale echarlos al tumtum. El tener una familia de 40 personas que se juntan para probar este plato tan sabroso, me había salvado, junto con mi bicicleta que no pudo probar ni sus neumáticos, ni su freno; pero yo creo que tendré alguna otra oportunidad, porque cosas raras me pasan.

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Siameses y mercader

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