miércoles, noviembre 23, 2022

Irene, humanizada para luchar

  Sabía que la botavara tenía muchos peligros. 

 Me subí a la barca, pero no para manejarla, para eso ya estaba Manolo; nunca pensé que lo fuera a hacer pero tiro para adelante. Todo a pesar de haber sido denostado con aquellas imprecaciones por aquella especie de vozarrón metida en un saco colocado al azar.

 El capitán sabía que los vientos portantes son felices. Todo es abrir las velas para recibir un viento que parece quisiera fecundarlas en una bacanal interminable.

  Muchas veces, se animaba a sacar el spinnaker para que todo fuera buscar un éxtasis infinito y eterno. 

   Ví que muchas personas trataban de subirse a esa especie de fórmula 1 del placer. Gente que es alagada, que la anuncian que la protegerán con bellas ropas que las calentarán incluso en las aguas más firmes. Las aseguran, también, que su efigie romperán las olas más violentas y que incluso en las encalmadas, lucirán de tal manera que su aura moverá la nave más pesada.

  Estos que montan, lucen la soberbia de ser reconocidas por los grumetes que todo lo creen y que buscan hacer méritos ante sus iconos.

  Algunas grumetes reciben la orden que han seguido, antes, tanto de los suyos, embestir porque su cascarón volador romperá a los enemigos que les ponen por delante.

  Cuando se dirigen ensorbecidas y triunfantes soltando su golpe y veneno, ven que ante un ligero cambio del viento, la botavara cambia de estribor a babor,

  La golpea en la cabeza, destruyendo su aireado menosprecio y queda sobre la cubierta, si recogida y protegida por los suyos pero destruida su autoestima y su dignidad. Esta, si alguna vez la hubiera tenido.

   Sus hienas la protegen, emitiendo chirriantes "oh me están atacando", suficiente para sus grumetes, se piensen: ah, pues si, mientras ignoran las dentelladas que su instinto criminal, siguen las hienas y sus risas, porque es como atacan, histriónicas y petulantes.

 

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