Una A está allí, pintada para describir tu espíritu, impresa en mi, para soñar otro mundo posible
Hace ya años, con mi boina, con un bastón que protegiera mi tobillo maltrecho, me vio quien me había estado viendo utilizando mi extraña juventud, explotando la sangre que bullía para ser arrojada en olas continuas para derribar barreras. Me habló como si fuera una persona derrotada, esperando la extinción.
Ha pasado tiempo; pego brincos con las palabras porque quienes me escuchan no se activan; compro instrumentos, por si soy capaz de darle un sonido que recuerde a Dylan, otro día que vuelvo a escucharle con sus abrazos en letras y sus besos de una garganta que le extrajo un corazón que comparte.
La belleza, diría Luis Eduardo Aute; esta está a mi lado derecho, en un frío y soleado domingo de otoño, contemplo la subida a Vazancao, antes está la reñal, su higuera y multiples y juveniles recuerdos. A la entrada ha quedado la estructura desmontada y amontonada en tres pequeños metros, de un andamio que ayer cubría una fachada de diez metros de altura.
El equilibrio del momento, tiene la musicalidad de la voz de Juan José Millás y Javier del Pino, podríamos decir que todo tiene el abrigo de la honestidad, al contrario de lo denunciado por Ignacio Ramonet, ex director del Le Monde Diplomatique, con los personajes de su nuevo libro, que han conseguido que la verdad parezca que pierde su vigencia por la repetición y porque enfrente tiene la frescura descarnada de la piel de la desvergüenza que tiene la mentira.
Este fin de semana, un grupo de jóvenes han fertilizado de entusiasmo un pueblo que cierra la puerta del Alto Tajo, como para exorcizar el frío que viene. Sus sortilegios trae un calor envuelto en risas y saltos.
No muy lejos, a la distancia de un rayo de una estrella, dibujado por un niño, en un museo, dos jóvenes se pegan a los marcos de dos cuadros. Escribo este instante mientras permanezco arrobado por la reinterpretación de "every grain of sand", en Estocolmo este 2022; si aún pudiera tener la oportunidad de ser una tabla del escenario, porque no ser un receptor de esa voz que quisiera reposar sobre mí.
Las dos chicas, los chicos de Amsterdam, rompen nuestro equilibrio.
¡Como estos desaprensivos pueden amenazar el equilibrio de las pinturas de Goya!, ¡cómo pueden desventar el grácil vuelo de jets privados!, ¡cómo los científicos se rebelan contra una sociedad que se mantiene en el equilibrio tras siglos de nuestras acciones!.
Hablan de nuestro único mundo.
Nos pegamos con un pegamento de adictos a los combustibles fósiles para que un día podamos andar 2 kilómetros.
Vemos como hipnotizados a quien desgaja, como un psicópata, cada pequeña porción de un pulmón de la tierra, es respetado porque dice que embellece las caducas ropas con las que nos vestimos, antes que estas se pudrán como nuestro futuro.
Destruir nuestros instantes íntimos de encuentros, como esta mañana, porque nuestros manantiales van siendo contaminados con los metales pesados de nuestros abandonos al cuidado de quien nos mantiene.
Vamos abducidos, abandonados al círculo que nos han trazado las grandes compañias de explotación de lo fósil, las que las utilizan como adictos, que a cambio, nos proclaman que no, que también utilizan lo verde, aunque sólo sea como un pijama para cuando nos dormimos y no les consumimos.
Grandes popes, seres de respeto, lo piden para esas obras atacadas, de forma anecdótica. Necesitan droga dura.
¡Qué alguien se queme a los bonzo!,
¡Qué como en aquella película que no entendí, la gente se vaya lanzando al vacío sin ninguna esperanza!
Incluso entonces, escribirían de lo poco adecuado que resulta que los suelos de una senda por la que pasa un corredor dentro de su pequeña cadencia, sean perturbados con esos cadáveres que debiera saltar y que no le permitirían contemplar un AltoTajo de un equilibrio sublime.
A ellas, a las que se visibilizan para que sean vituperadas, para que sean reducidas a violentas ensuciadoras de un marco magnífico.
A ellas, cada grano de mi consciencia.
Aunque las sombras empiecen a cubrirnos. Su Sol, es una nueva energía para que no quedemos paralizados
Not dark yet Bob Dylan, Pet Mackintosh
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