Como pastor, durante años, he tenido que soportar muchos "dimes y diretes" acerca de mi relación con las ovejas.
La cabra es otra cosa, durante unos días ha salido al campo en unas condiciones no adecuadas. A mí, me empiezan a mirar de una forma inquisitoria y es que, al instante, me hago cabra; si por algo es, será que les veo venir y me digo: ¡a los riscos!. Antes de ir allí, me avisan, cuidado que hay mucho buitre suelto.
No doy muchas vueltas al caso. Ellos están a lo suyo y yo a sacar mi voz y mi aire. No es fácil, si fuera para cantar, bueno, hice mis prácticas y me mandaron a balar. Yo creo que no puse toda la carne en el asador; por entonces el veganismo empezaba a tirar de mi, pero yo creo que más bien fue porque me tomé la canción protesta a la ligera, y esas letras de tú, yo, mi amor, soñar entregado a tí, pero no al aire que eso si que es más profundo, te hace banalizar, incluso la ingesta de un buen o mal jamón.
Pero claro les tengo que aclarar, pongo, por ejemplo, el color de la perilla, si, contra más viejo más detalles externos para disimularlo, y la caña que me llevo a la boca, pero sin espuma, hubiera dicho que es para un saxofón y para que los ensayos, hubieran aumentado la agresividad y es lógico, las corrientes de aire cambian de costumbre y escuchas y ves a los vecinos un poco más agrios contigo.
Tú, te imaginas con otra caña, porque aquella anterior te dejó. Nunca te dijo porque; vaselina o cualquier otro producto que haga que el anzuelo entre mejor y el hilo no se enrolle, es algo a tener en cuenta; por lo que parece también ella, quería que le diera un mayor carrete y la vaselina se la tiene uno que aplicar en las costumbres rudas, pero, como siempre, al automasaje lo han definido como una de las multiples formas de perder la vista; pues es empezar a frotarte y, algunos días se te vienen malos rollos y al final, pues eso, que te lo cortan,
Así que sucede que un día, ya te importan un carajo lo que digan de tus relaciones con la ovejas, o con las liebres que las pierdes porque como en el patio, se quedan comprando chicles y tú, iluso, vas contando ya que el dado, con su número tres, puede ser un sobresalto de miedo.
Y te clavas ahí, silente, por eternidades y les pones nerviosos porque se enredan con sus chorradas y se les hace pegajosas y ya de paso, te vas al aprisco y le mentas al señor, ¿no estará aquí por las ovejas?
Se rasca la cabeza, no contesta por uno, dos, tres minutos y por último, como para crucificarte, afirma ¿Donde leches la echas que no tengo ni un maldito queso?.
Ufff, mejor no decirle nada; al fin y al cabo es su padre el que todas las mañanas se empeña en bañarse en esa leche.
Claro, tampoco se la voy a poner luego al señorito, aunque no creas que no se lo merece
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