jueves, noviembre 10, 2022

30. Actitud. Encuentros. Voz

 En una galeria de arte, lanzo una voz. Nadie se extraña. Esa galería recoge las voces de los diferentes personajes a través de los siglos. La madre protagonista de "las cenizas de Ángela" también está. Su inglés me lo imagino ininteligible cuando tenía que someterse a su primo para que este la arrojará un dinero para alimentar a Frank y los otros. Algunos noches, saldría, de su boca, letras solitarias, con sangre porque se le agotaban los pies que tienen estas y no lograba juntarse con otras en los desiertos que recorría y con los cuchillos que debía pisar por los suelos que le eran de cenizas incandescentes que parecían reavivarse a su paso. Eran las, todas, noches, que no conseguía tapar todos los agujeros que tenía la casa donde se posaban las miserias que parecían infinitas 

  Lo mío era menos sugerente, sólo que mi baldosa  se ha despegado y yo estoy planeando ahora por esta rara pinacoteca de cuadros y sonidos. 

    Confieso que es desgarrador mi grito, pido su comprensión, pero imagínese la dureza en los tristes momentos que me encuentro, hablando con una de las Menidnas, medio quedando; recordándonos que cada uno lleve lo suyo: yo el whisky escocés; ella, los preservativos. Y de repente te elevas, de esa manera que nadie puede explicar y se te ahoga la voz y sueltas el terror, sobrevenido, ipso facto. No podría intuirlo ni en mil vidas; era un plan, perfecto. Pero una gota de lluvia, pareció retenerse y entonces, desde el plano cenital, he podido observar el puñal que lleva ella entre sus pechos. 

   Te asaltan las dudas; pudiera ser que fuera para defenderse de los anteriores y a tí, ya te había abierto puertas y bocas. El regusto amargo te queda.

    Estás en Nueva Orleans y los dos nos hemos unido al cortejo del Doctor John, estamos entregados a sus ritmos hipnóticos, sentimos cada poro tomado por su ritmos. En un momento determinado todos, excepto yo, que quedó como un advenedizo, sacando sus puñales de las faltriqueras, de entre los contornos de unos pechos perfectos y los colocan horizontales con una ligera inclinación, hacía el Sol; ella no me lo explica, yo no la pregunta; sé que la noche se nos hace infinita y que en mitad de una noche inmensa, muchos rayos de luces me atraviesan mientras permanecemos enlazados y la música es un altar

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Siameses y mercader

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