Alguien en otro espacio, podrá crecer ajeno a las guerras de los mayores. Las escalerillas se quitan y en el barco, algunos están a punto de soltar las amarras. El pasaje, niños-as quitadas de sus juegos en las aceras, en los jardines se asoman, con un terror dibujado en sus rostros, parecen encadenadas a las barandillas por si estas se volvieran a tierra; abajo, sobre suelo firme, otros cantan "a las barricadas", con el corazón en un puño cerrado, para conservar el último aroma de su descendencia que irá a otro país.
Durruti, un mecánico anarquista, murió uno de aquellos días, dicen que un millón de personas acudió a su entierro.
Fetterman, será senador en Estados Unidos, ha conseguido que el obrero blanco vuelva a confiar en políticos de izquierdas.
Page, un populista que tomó una izquierda promocionada y tomada por el capital se ofrece en una portada de un periódico que mintió en el 11M, para seguir esparciendo odio entre comunidades.
Los dos primeros, miraron y miran a la cara al obrero, sin ponerle adjetivos, para empoderarles y hacerles partes de un futuro. El otro, enfrenta a los obreros, poniéndoles fronteras, muros con los que alimentar bilis. Muchos votan a este tipo de personajes, Trump, Aznar, Le Pen, Bono, gente a los que mercenarios psicólogos, sociólogos les han estudiado como hacerles crecer y ser votados a partir de ser tan miserables que enfrenten a personas, a zonas, agrandando las diferencias y apagando las muchas que nos uniría. Se me grabó a cincel una conversación en un barrio próximo al Paral-lelo, en un bar donde un Juanito, chino, con sus clientes hablando en castellano.
Tienen éxito, pero sólo han ganado. No han hecho sociedad.
Los importantes, los imprescindibles son los dos primeros. Durruti, desde su anarquismo, en mis sueños, subió una cuesta, luego otra, para encontrar a uno de los suyos, que serían todos los que se han ofrecido a los demás, los que han tocado instrumentos para producir música con la que bailar desde la revolución que produjeron plantando encuentros. Cuando le vio, arrodillado, le posó en tierra y tomó su corazón para que el mundo siga renaciendo.
Fetterman, hoy, siembra encuentros; como en nuestra ecolenta, las plantas que parecen ajenas a lo que queremos obtener, las vemos cómo necesarias para que la tierra se enriquezca.
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