Ya ha salido la primera nota. Durante tres días he debido soplar y sorber. Creía que eso se decía para los otros, pero nadie está a salvo de hacerlo en su vida. Delante del saxo, que estoy preparando me he cansado de poner una boca de oso y un sonido de pito.
Algunos les soplaron el dinero y luego las orejas, más tarde se darían cuenta que los venteadores tenían otras opciones, pero no les salió, y cuando no sale, no sale.
Entre un viento que arranca una hoja con una sentencia de Emilio Zola, que estás en algún oscuro de mi educación literaria, me dispongo a levantar de un suelo limpio, seco y duro: “nací para vivir en voz alta”.
Lo consiguió porque me llevó a las calles universales donde una mujer compra con su ultimo gramo de fuerza, un cuenco de leche para su niño, nacido de un 15 segundos de ilusión por celebrar la vida y todo un recorrido diario por casa donde limpiar para un señorito, que lo viste y lo habla, pero que se acerca a una bazofia cuando no la quiere reconocer en sus derechos.
Mientras esto sucede en una calle de la Pigalle, en otra de Wedding unos emigrantes deshacen un pañuelo, donde quedaban algunas monedas con las que intentar alimentarse este día. Les prometieron que esta noche les darían trabajo para proteger un edificio magnífico donde se hacen transacciones que evitan el pago a la economía que le sustenta en este país.
El edificio estará cuidado con la dignidad de quien se cree útil para cualquier tipo de acción dentro de una sociedad que le acogió. Las máquinas y los sujetos del interior de esa construcción debieran estar protegidos por un Estado que tiene ciudadanos. En las cadenas de mando, sin embargo, se parasitaron quienes quieren ser recompensados por haber entregado a los mercados todo el funcionamiento de un Estado.
El paseante Zola desbroza un habitación para dejar a la luz las pasiones, los sustos y las necesidades de sus habitantes. Junto a él, puede ir Isabel Serra para sentir los infiernos a los que arrojan a una persona con parálisis que va a ser arrojada a los primeros frios del otoño. Funcionarios creen hacer nación cuando ejecutan ese deshaucio por la petición de un banco que pidió ser salvado cuando quiso ser Rey y como analiza Noam Chomsky, sólo se quedó en una de esas grandes empresas marxistas que siempre recurren al Estado. El autor ha quedado para la posterioridad, la militante de Podemos, pese a la condena, ha sido reconocida como una persona que luchó por la dignidad por alguna de aquellas calles de Paris. De los jueces, de aquellos que no presentan más que las pruebas de su palabra, que fue embestida de poder por quienes necesitan guardianes para protegerles de sus tropelias, no sabríamos su nombre y si alguna vez saliera escrita en la placa de una "rue", sus herederos ante cualquier insinuación intentarían borrar sus miserias, pero no el lugar de honor de esa paredón frío, duro, deshumanizado.
En una sala, alguien tiene que explicar que está en el mismo barco. Existen viajes por alta mar, que para un marinero solitario puede ser el paraiso, aunque las olas le desafien en sus habilidades y los vientos deban ser reducidos con velas recogidas.
Llegado el momento, los silencios crean nieblas que como hace años, pueden dejar parado a un portero de fútbol que no se entera que el partido ha sido suspendido hace 17 minutos o a alguien que se expuso, los tsunamis le dejaren islas deshabitadas, donde vago con pasos circulares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario