En el momento determinado, habiendo cogido el cuchillo y trazando una marca sobre el escenario. Se dispone a salir al escenario, un hombre venido en tren. Allí, acaba de ver a un afamado busca fortunas que acudía a la Corte, como quien cree que le caerá una gracia.
Nuestro protagonista lo observa, lo explora y amparado en el sustento que le da "su señora", me dice, se disponer a indagar el fin último de ese cascarrabias. No tiene suerte, nuestro clown saca de una bolsa que parecía inocentes tres bolas y le muestra su destreza, aún sin haber calentado el tiempo oportuno.
La mujer de él, se pone nerviosa porque el marido lleva la faca a la vista y aunque el otro parece capaz de quedarse en un tren encerrado, con sus ensayos y sus lecturas. Ella teme que le haya visto ese abultamiento y "válgame dios", no vaya a pensar el titiritero que esa es el arma que me ensarta cada noche, porque eso si, desde el primer día cada noche.
El titiritero, casi despistado, se ofrece a contarles una historia haciendo malabares. Nimio, que así se llama nuestro protagonista, es muy de escuchar, aunque al parecer, sólo las filípicas de su oráculo, sin que la terminación tenga nada que ver con un palabro que dirige a otros, incluso cuando pasa por un espejo.
La mujer, azorada, por aquel arma, por este palabro, por quitárselo del medio; lanza un gritito como de entusiasmo y anima al amigo de la farándula para que diga algo que les haga reír que ese ha sido siempre el concepto que tiene de los juglares y cuasimodos, que sean pasto de risas aunque sea despectivas.
Nuestro filibustero, para que le vamos a negar un adjetivo que le viene al dedo. Hace un primer movimiento, un tanto espectacular y le llama Juanito; el segundo, aún aumenta más en complejidad y en capacidad de atraer la atención, se llama, Luis; por fin, la tercera secuencia de movimientos, destroza cualquier atisbo de sentido común, porque puede botar en el suelo, o golpear el techo, para siempre seguir por los caminos marcados, A esta tercera acción la llaman Jaimito.
Arrobados por la puesta en escena e incluso porque ha cambiado la voz , el narrador para hacerla o más tenebrosa, cuando Jaimito se va tropezando con los mismos tipos de poste, una y otra vez; o después de estos, como reacciona atontado y en un caminar estúpido, que ya entrevieron en su conjunto los Monty Phyton, pues es pasto de todo tipo de burlas.
Luis, exuberante como Juan, se pavonea porque va contemplando todos los tropiezos del anterior. Mira que le ayuda, le enciende una luz, le paga un viaje en silla hasta su cocina y hace soñar a iluminados con que, por su cercanía, podrán imitarle en el porte.
Jaimito es patético, cuenta ahora el narrador. Una cotorra, ahora acelera en su paroxismo para tratar de describir las veces que o topa con la cabeza contra un techo de cristal que siempre se le termina cayendo o cae arrodillado porque se subió a un Pegaso, creyendo que le permitiría cabalga lo sufiente como para contarlo como un logro y cuando estaba subiendo en una escalera, aquí el malabarista se exhibía, para montar en el caballo alado, resulta que este no existía.
El viajero y su mujer, parecen incomodarse porque entienden que habían ido a pitar a Luis; pero, por disimular y salir al paso, preguntar por Juan, que les contó que tenía también una gran presencia.
Parece como si quisieran adoptarlo, porque el otro les ha hecho sentir incómodo.
Luis no les responde. Los otros, ya al borde de un ataque de nervios, le gritan
Es que no vas a decir nada
Luis, concede y sentencia: es lo que hace
El titiritero corre y la pareja sale a la luz a decir los exabruptos que escuchan en la cueva. Luego se comerán un bocadillo de calamares y esperarán a la noche.
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