Descubrí un centollo apostado tras unos garbanzos. A estos los había convocado por si querían participar en mi nueva serie. Esta, pretendía, que sólo durará dos capítulos, pero veinticinco años después de aquel primer viaje a la sala oscura donde se prepara un río, tenía la sensación que podía ser una saga.
Estaba dudando, sentado en un glacial banco, con miradas de expectación, previa al odio; con palabras afiladas donde los cuchillos se hacen bisturis para los corderos. Las hojas mutaban para agradecer al Sol el tiempo vivido. De repente, abriéndose el abismo, me puse el arnés y, habiendo aprendido de aquel francés, no dude, o al menos no como en aquel salto de ocho metros a una poza, en la que paralizado no me sobraron muchos centímetros de aquella roca afilada para rasgar el futuro. ¡Cuántos momentos se han cruzado con el cristal roto que amenazaba abrirte en canal de un futuro ortodoxo!
Le dije al guia que siguiendo el río pretendía llegar al asentamiento donde los dragonios habían construido en sus dársenas, un barco volador. Él nunca hubiera pensado que yo conociera aquel pueblo, pues este permanecía escondido desde hace siglos, a los ojos humanos.
Sólo los que podían ver en la luna los drakays podían conocer la familia dragonia.
Nacieron los primeros en las márgenes de la vida de la segunda. Lucharon por ser aceptados, porque hicieron todo lo posible para ser aceptados por los orgullosos dragonios. Todo resultó infructuoso; cuando tuvieron que probar el artefacto inventado por el profesor mosterio, les abrieron la puerta a los drakays; sin darse cuenta se la habían abierto, pero la de la nave experimental.
Nacido en los Estados Unidos, mi vida no ha sido fácil. Viví en los suburbios de Nueva Orleans, donde bailar al ritmo del Doctor John era la unica medicina para imaginar mi pobreza, como una mulata que me sometiera a la luz de sus caderas y al embrujo de su cadencia. Sucedieron, allí, entonces, aquellas inundaciones, donde afloraron todas las ilegalidades que se habían juntado para que la sociedad del pais más poderosa del mundo, mostraran los putrefactas cañerias para evacuar tanta inmudicia e injusticias arrojadas para los desheredados.
Cuando en las noches de luna llena nos asomábamos a nuestros respectivos balcones. A la luna le susurro "such a night"; mi mejor amigo también la quiere, pero no ve a aquel pueblo hermano de los dragonios. Por eso sé que ella, aunque algun otro, se me vuelva a adelantar, como ha sido siempre mi vida, permanecera con la esencia de los que la habitan.
Muchos nombran los tarros, como en un plan preconcebido, pero pocos conocen lo contenido.
Al Doctor John, el círculo de esta noche, le encerrará en el corazón que necesita cantar
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