Cuando mi nave, de un mar quiere pasar a un arroyuelo, su proa se revuelve, su vela se pliega y las dos me miran con cara de ningún amigo.
No les puedo contar todos los condicionantes que me pusieron, ni toda la prisa que me metieron. Sólo, con una tristeza infinita les miro y me vuelvo. Ellos, como si comprendieran mi desazón, no me abandonan y nos preparamos a entrar.
No estamos preparados, pero, quizás una excavadora decidió que el mar, aún fuera, más grande, y nuestras vidas, se quedara muy pequeña.
Me importa poco la inhumanidad de esa máquina; en ese océano cambian tantas cosas, tantas experiencias que recogerlas en una mochila, nos está costando un mundo.
A veces, en una lágrima siento que un instante más, nos haría feliz subir al puesto de observación y acercar desde el horizonte, unos minutos de su sonrisa cuando me recordaba el tiempo que me había metido en la maraton de la Millenium.
No es posible, está grabado a fuego en mis entrañas, aunque quisiera encontrar una palanca que nos borrara aquel instante, pero ahora, me pide que preparé el viaje a un arroyuelo que es el que me espera para seguir navegando.
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