No se cree mi señora que me voy a la huerta, varios días a la semana. La doy detalles de todas las capturas que allí hago.
Me dice que sólo por el hecho de utilizar la palabra captura, pienso que estoy a otras cosas. A mi me entristece que no confie en mí, pero son cosas personales que no vienen al caso. Cuando me meto en esa maraña de plantas, árboles y flores que se han creado, el agua amenaza anegarlas y debo arrojarme, con lo poco que llevo puesto, a sus profundidades. No siempre es fácil. Nunca fui hombre de nados o hacerme el muerto en su superficie.
Siempre tuve que arrojarme boca arriba para que, estando en contacto con ese liquido, no sufriera yo merma en una de mis cualidades mas valoradas.
Todo empezó un fatídico día de Octubre, me dí cuenta donde estaba el problema, para que aguas abajo todo estuviera colmado, hasta el barranco que parecía había conseguido desecar, pues su función anterior, dar salida a un agua que movía el molino para producir electricidad se había acabado hacía muchos años. Entonces, cuando salía precipitado de casa, para evitar la mala cara por esa desconfianza hacía mí, miré hacía el cielo y ví que adonde me dirigía, tenía una capota de nubes de una consistencia jamás vista. Aún así, tenía cosas que hacer, me dirigí hacía el lugar y al llegar descubrí que los peces que iban por el manantial se estaban saliendo de su cauce.
No fue una decisión de "a vida o muerte" pero arrojarme dentro de la corriente desatada, desbordada que daba hacía zarzales me supuso sopesarlo un momento, tras el cual y viendo en que penosas condiciones quedaban tanto la trucha, como el barbo, como la rana, no Gustava, me sumergí y con la boca fuí devolviendo, una a una cada una de las diferentes especie que habían comenzado a ahogarse sin el agua suficiente para que les cubriera.
Tras un verano que pensaba que jamás volvería a haber lluvias porque cualquier nube que llegaba parecía que nos había maldecido porque pasaba de largo, con un desdén que hacía mella en las esperanzas que teníamos que aquellos lugares volvieran a ser productivos. Ahora las lluvias parecían querer ocupar cualquier horizonte en espacio, pero también en el tiempo, porque no se contempla ni una tierra más allá, ni una hora de reposo. Por lo cual llevaba varios días en esa labor, que había empezado a agradecerme algunos de los papas y mamas trucha y barbo que conseguía asirse a alguna de las contracorrientes que eran mínimas en tamaño y allí con una cabriola, mostraban su agradecimiento.
Por eso, cuando agotado volvía a casa, sin ninguno repollo, ni tomate, ni tan siquiera una remolacha, que al final había aprendido a encontrar pues siempre me había parecido como un adorno del paisaje; como digo, era llamar a la puerta, que el chico abriera, que me preguntara donde había estado que yo, sin darme cuenta utilizará la palabra captura, que no trajera nada, para que una tormenta se desatara.
Ganas me daban, al final lo conseguí, que compartiéramos, otra vez, nuestras tareas en la huerta. No había podido ser porque las últimas semanas, ella había tenido que ir a la casa donde estaba construyendo un nuevo hogar aquel extraño ser venido de lejos; nosotros que por nuestro aspecto, hemos sufrido lo nuestro, no olvidamos todos nuestros avatares y cuando nos pidieron fuego para iluminar aquel paraje tan tétrico, ella salío "ipso facto" a dar luz con su fuego de ..
Pirania; a veces los dragones somos utilizados para cosas de lo más variopintas. Nuestra vida, después vuelve a lo más cotidiano.
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