Desde ese árbol, que hace unos días, pareció desválido, se levanta una rama sin fín.
Debajo, en la terraza seis personas escriben el guión de una película. Ninguno ha pensado ponerse una peineta aunque escriben con tintas de faralaes. Pudieran, estas. provenir de una planta que rugió cuando una pareja se enlazan, cada final de sesiones, para inventarse en su amor, con un poco de improvisación, cuatro pinceladas de sus miedos y la intensidad de un agujero al que agrandan y redecoran, para habitarlo, sólo, ellos dos.
Pueden inventarse palabras, conjugarse abrazos, soñar el infinito como posada sin reloj.
Sus besos tienen escrito el final del mundo que antes, habitaron y sus imprescindibles apuntes; la levedad de una brisa que les calma.
Cosen sus dedos para crear un tapiz sin anclas, que les arrulle y eleve. Sus mundos, son él, ella. Si el edificio que les educa fuera un azucarillo, se habría diluido, en envidia.
¿Existen unas lenguas que traten más idiomas?, ¿Unas matemáticas que siempre den uno? ¿Una historia que acabe y empiece en un lugar mágico que es el ahora?
¿Puede un beso ser contorsionista y dibujado en el aire, con una máquina sin piezas?.
Ellas, son uno, el símbolo del amor infinito de cada uno de esos días que no tienen fin, más que en el horizonte al que no pareciera que nunca llegarían.
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