Eric anda ahí arriba, en la cruz. Empieza a silbar, cuando ya sus seguidores se van. Se ha dado que ya hablan de buscar otro ídolo a los que seguir. A mi, me han visto en la mesa de dirección y con un plano de todos mis sueños y también empiezan con ese ritmo maldito. No alcanzo a ver la gracia. La cabeza de González Laya, en una bandeja Saharaui, está a punto de caerse tras mil y un tropiezo. Dicen, en esos momentos de malabarismo que también buscan el lado bueno de la vida. ¡Unas narices!. Sin pulmones, a ver quién es el guapo que continúa la canción.
Yo, arrastrado ante el inspector, le digo mi nombre Josre. No, no y no, José, no, Josre, ya se lo dije a mi equipo directivo cuando en una mesa más grande tenía apuntados los nombres de los comunicadores con más premios.
¡Idiota! Me dijeron, con cariño y por el lado bueno de mi escucha. No has visto que como aquel entrenador, todo comercial tiene una sesión extraordinaria, luego todo es más anodino, repetir en los muros que encierran a un lugar de aprendizaje, mil veces, consignas con las que hemos mamado materias que parecían esenciales y lo eran por machacar en la misma piedra.
El inspector, parecía tanto escuchar, como a punto de pisarme la cabeza. Sacaba las leyes nuevas, se subía a un atrio. Se subía el mandil o toga que desde mi posición no distinguía y terminaba subiendo a los cielos que coincidía con cuando yo caía de bruces, al soltarme mi equipo para llevarse sus manos a la cabeza y decir, ¡Aleyuya! he dado la luz. Que ni es el momento, ni lo han dicho con propiedad, pues esta, salta por un temporizador. Pero claro, ellos, sobre todo él, que quería la dirección, dice no, que he sido yo que he movido mi mano, diciendo esto con la vocecilla que pone Javier Cansado para definir a los melifluos.
Cuando esto ocurre me sale el Faemino que llevo dentro y con voz firme, pero eso sí, desde la poco digna de estar de bruces que es la condición en la que me hallo. En tono a un más bajo, en lo musical y rastrero, repito ¡Oh, mi inspector, mi timonel, que no sé si es capitán o timonel, por lo de Mao, que en mi casa somos muy de jarrones. Continuo con la voz impostada del gran Faemino, nos gusta mucho su nuevo proyecto educativo, innovador, pedagógico y creando una sociedad nueva. Y luego, si, como Gila o la madre de Bryan, para chinchar, añado que bello es el armario de principios de siglo de dónde lo ha sacado. Y ahí, besando casi el empedrado, me doy cuenta de caído pero entretenido, porque me imagino repitiendo la programación para ajustarla a las nuevas palabras:
E X C E L E N C I A
¿Llueve? No, mis traidores babean, paladeando cada una de las letras.
Tras un silencio, ellos caen como yo, pero no por ser soltados, a no ser por su dignidad y allí, permanecen anegados. Momento en el que aprovechó su espalda para levantarme y decir, anda ve al despacho y tritura las pajas y ve al grano.
Para allá que me voy pero en el camino veo muertos, me dice un niño.
Doy un salto para atrás, por si me sale un ¡¡¡Ay!!!!, como a la madre que ve al chico muy despistado.
!Ya¡, la contesto, tantas piedras de colores.
¡Qué no, qué no, qué son los móviles!.
Lo dicho, muchos colores y la piedra para abrir la cabeza y se vayan las ideas y el espacio lo ocupen ellas para dar luces.
La madre Idle me lanza una mirada estilo espada de Dark Vader y dándose la vuelta entre dientes, parece decir este es "interestelar", no ve el presente porque ya se ha pasado.
Será Boyero, la espeto para que se quede con la duda.
Me acurruco con el buey, se oyen hordas que con los machetes de su ideología, quien imponer su cielo caído.
Ahí seguimos en el anfiteatro, como los franceses: diferentes ahogados en los matices; mientras los soldados ociosos y ceremoniosos se pasean bajo el sol retenido que les viste de auras que moviéndose dos metros más acá o acullá les mostraría las vergüenzas, pero si se mueven ellos, con su sol acuestas, más cómodos nosotros, así no se notan las cadenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario