En el 89 del siglo pasado, cada bloque que caía mostraba la luz de un capitalismo que se presentaba como vencedor. En la Europa del Este, como en cualquier autocracia, quienes llegan a lo más alto tienen la tentación de convertirse en parte de una monarquía y toda su corte.
Aquellos días, los chico neoliberales de Chicago que habían conseguido su momento de gloria en un país tomado por las armas, conseguía otros tronos: Tatcher, Reagan y otros elementos intercambiables.
Hicieron algo inteligente, nombraron a cada individuo, monarca de su propio mundo. Tantos cuentos, tantas historias habían servido para que en ese momento de la historia, todos teníamos nuestro tronos.
Cuando cada uno empezó su período de reinado se fue dando cuenta que los horizontes estaban cerrados por los muros de una casa a la que debían pagar, los minuteros en un trabajo que les cercaban cualquier atisbo de pensamiento autónomo,u por las reglas que tenían que cumplir tan "a rajatabla", como cuando Indiana Jones tenía que atravesar cualquier "cañon del Colorado" a través de unas lianas que no les permitían ninguno paso ajeno a ellas.
Entonces, quienes a parte de reyes, se consideraban dioses, vieron que desde los rayos catódicos salían los moises para bajarles las tablas de las tareas cotidianas que sumadas, les daban tiempo a levantar a edificar su propia autovía de actos, sin salida a los contactos con otros seres.
Cada día, con, cada vez, mejor cartelería de las excelencias de un mundo excepecional, ellos percibían que sus asientos estaban hechos de clavos y lianas que sólo les dejaban la libertad para que cumplieran sus trabajos; que sus carreras siempre terminaban en el mismo sitio, aunque en el interim el crono hubiera sido roto, como una grandeza a la que estabas tocando en ese techo que con los años, también iba bajando.
Un día, muchos parías, intuyeron que los carteles se podían quemar, que las reglas venían no de dioses, sino de seres que, estos si, se habían unido, para perpetuar sus privilegios, que no tenian que ver, nada, con ideas y mandatos superiores, sino con egoismos. Tomaron conciencia que las casas se podían expropiar a quienes las utilizaban para esclavizar; bancos guiados por su Sol, dinero.
Leyeron y entendieron bien, "todo el mundo tiene derecho a una vivienda digna". Muchas personas que habitaban su reino, en un habitat que se deshacía por impagos, por otras necesidades, como el alimento a sus proles, afinaron los oídos y escucharon "que pasa, que pasa, que no tenemos casa" y sintieron que era los que a ellos les estaba ocurriendo.
No fue fácil romper aquellos cercos, porque habían contribuido, ellos mismos, a levantarlos hasta el límite de sus posibilidades humanas. Y empresas, al servicio de aquel conjunto de élites, que si, que si, se habían unido porque tenían un fin común cobrar todo a aquellos insensatos, con ínfulas de divinidades, ponían concertinas y aclamaba y ensalzaba a los caballeros pegadores.
No existe nada más cruel, que estos, con sus límites en una obediencia al respeto al ser humano, sean narcotizados con las palabras patrias, orden, dichas, incluso por niñatas abducidas por letras, para que pasen a ser servidores de quienes a esas patrias, las roban y las despilfarran por seres parásitos y de quienes al orden lo alimentan con sus tropelías y sus continuas roturas.
A los muros de nuestra soberbia, que no quiso ver como otros pueblos eran esquilmados para que nosotros fueramos engordados para seguir siendo parte de una parcela estabulada por el poder que se alimentaba e iba comprendiendo que el siguiente paso, sería el control total en nombre de una salud, o de un bien superior, añadiriamos los medios, con proclamadores de una verdad, que sólo enseñaban por su ventana, con vistas a la exhuberencia de un parque, enrejado.
Algunas puntas de aquellas vallas, amenazaban con elevarse cuando alquien se encaramaba para darse cuenta de otras realidades. Otras eran tomadas por zombies que amenazaban a aquellos osados y cumplian el rito de tener a todos en aquel recinto, donde con un poco de suerte se podía tener alimento hasta ser devorados todos, por todos. Esto es hasta el final de tu propio tiempo.
En aquellas tapias, florecían inscripciones de consuelo, bondad y eternidades, las iban escribiendo quienes tenían garitas hacía el interior, que eran a quienes nos vigilaban. La altura, a veces, daba vértigo y flotando, les creíamos enviados, hasta que mirábamos sus posesiones y las puertas que abrían para que entrarán sus elegidos.
Los muros, entonces, comprendías que estaban para ser rotos, primero los propios
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