En "Canción dulce", Leila Slimani acaricia con el bisturi de sus pinceles las diferentes capas que visten una sociedad.
El caminante que se extasia en las calles y monumentos de Paris se da miedo por agarrarse a la cornisa de su esplendor pero no entender las palpitaciones de los músculos que arrastran órganos y huesos que se ensamblan para vagar por una vida que creyéndola dominada, les maneja hacía abismos que se abren entre palacetes y habitaciones, ambas con escapes por grietas desde los jardines de los deseos a las mazmorras de las ilusiones rotas.
Parejas infantiles adornadas entre la ebullición de sus paseos por la primavera de los parques; postales del éxito, acompañados de "yayas" nacidas para servir a matrimonios sin tiempo más que para ser una pieza más de un sistema.
Parábola del momento, de estos días, entregados a quienes prometen que en su carrusel organizado y engrasado por sus fuerzas, les aplican sus ensoñaciones de ser a un más dioses y enviar a sus ángeles en caballos alados para aplastar el derecho a su intimidad.
Avisos repetidos entre fallas que podemos sortear en nuestra vida, pero que nos abocan a acantilados de los que sólo se sale tullidos y perteneciendo a quienes su meritocracia es poseer los barcos con sus arrasteros de las víctimas de un sistema al que siempre engañan en nombre de una patria que les pertenece.
Atisbo a otras posibilidades en la que la vida te pertenezca, pero contempladas desde un vagón que se arrastrado por una cabeza tractora, sin aviso de paradas. Intentas describir con las teclas esa imagen fija, de un instante que te perteneció pero en el que no te subiste para hacer un cambio de agujas, en las vías de lo inexorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario