En un pequeño puerto de la Bretaña, desde un promontorio ves dos mares; el uno es el de la desembocadura del río, hastiado, que se entrega consciente de su derrota; su herida la bañan en sal para que se haga más dolorosa.
No he avisado, que estoy en la torre de una pequeña muralla que intentaba parar a los invasores. No parece muy consistente pero juegan con la marea. Tenían que estar muy organizados, los invasores, para atacar en la pleamar. Este día los borregos que producen este día agitado tienen la contundencia de una luz, no gris, sino negra que amenaza con oscurecer el mediodía, sino que se conforma con bañar con vaivenes tenebrosos la mente solitaria que ese año ha decidido vivir el mundo celta, desde Carnac a los sonidos a los que te ha llevado Trecet, al que nombraras para que en su escucha se vaya su indiferencia en uno de esas idas, que no vuelta.
El entorno no es un tik tok que te agarra durante una hora, ensimismado en los sucesos inmediatos, revestidos de la grandeza de lo efímero. Aquí, la mente cansada se posa en las crestas de la felicidad de los niños sin tiempo y los valles hacia los horizontes con muros de piedra. Al lado una familia recibe la petición de fotografiarme en este instante con su cámara de fotos. Por supuesto, les tengo que adelantar el pago, por encima de su valor de esa captación y del envío a un lugar remotos para ellos. Andan sorprendidos por los golpes al idioma y por la insistencia en ese repetido instante con un agua, sin voz y la propia imagen, ya explorada, en golpes de vista muy esporádicos para mí propia presunción.
Ceden, reciben el pago y soy tomado por su carrete, junto con sus propias vivencias. Por un tiempo, paso a confraternizar con esa familia. El niño, entrando por la puerta de la torre que nos juntara. Está dubitativo por saber que encontrará en esa transición oscura hasta ese paseo por la cima de la muralla. El padre, que siempre revela el carrete, no me esperara en que tome ese espacio, junto con su niño, su amante y las que siempre le pide su mujer.
Siempre puede justificar, que alguna fotografía se ha perdido por la poca luz o la sobreposición. La mía la contemplarán en familia por recordar e imaginar la vida de aquel ser solitario, con su aquella coincidencia en la contención de una imaginaria invasión en el paseo como nuevos vigilantes por su cumbre, al creernos dueños de esos instantes en el que cambiaremos nuestro futuro. Pocos días antes, me crucé en el paseo a la playa con la belleza suma. Era bellísima y quise parar el Escort y la vida, por si podía compartir un beso. Sin darme cuenta que esa mujer, estará por unas semanas en el mismo carrete, pero que no compartiremos ni besos, ni nuestra oscuridad nos permitirá momentos de una pasión para la eternidad que era lo que engendraba su cuerpo en ese instante
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