A la cabras, la veo estabuladas, en mil horizontes cerrados. No se lo quiero decir al bajista. Él ha ido quitando cuerdas, por los lugares por donde he ido pasando.
El sonido de aquel espacio sigue siendo especial pero las sucesivas ausencias limitaron los cielos en los que se iban bañando las tierras engendradas.
En la continuación del descenso por sus vibraciones escuchas aquellas casi imperceptibles que narra Rodrigo Terrasa, en su libro: "la Fira de la Euforia, una hipotesis de la mafía". Periodista de Valencia, que en la tertulia de Cómicos del "avivir" habla de su libro y da detalles de todos los tiempos y todos los espacios donde se suceden las corrupciones.
Te encuentras sorprendido cuando recoges la afirmación de algun interlocutor, al que intentas respetar en su opinión, que habla de su interés por la política.
Miras, remiras, y ante las escasas cuerdas, vestidas con triquini y montadas en los "autos locos" que corrían en nuestra niñez para ser siempre vencidas. Las noticias que se escurrían entre el plomo de las exhibiciones impúdicas en exhibiciones deportivas, en edificios funerarios para la dignidad, te sajan el entendimiento los pormenores de las presiones que debieron recibir los que quisieron ser dignos como funcionarios, periodistas o en cualquier otro cargo que era golpeado con una maza inmisirecorde por la contundencia de un poder otorgado por esos votantes de ideales limpidos, en ruedas cuadradas.
El delirio se había instalado en la sociedad como una montaña que era de oro. De ella, sus reyes magos les iban robando, un poco, el futuro de aquel pueblo obnubilado y sobre todo el dinero y los recursos para terminar disuelta una pista de automovilismo en un lugar para asentamiento de chabolas. Hoy, volvía a ser público, un hospital de la provincia de Alicante, que habían entregado a alguna de las magníficas empresas, que sólo intentan mamar del Estado, mientras van poniendo trajes a los que exhiben en tik toks de bailables segundos
Rodrigo y Miguel Ángel Campos, cronista de juzgados para la Cadenaser, insisten que aquello pasaba y con mucha perspicacia y trabajo hicieron un buen periodismo, que siempre existirá. Las presiones subterráneas a las personas, algunas afirman que no se volverían a exponer, a los medios para los que trabajaban y a las empresas que debían pagar esa publicidad eran demoníacas y criminales. Algunos periodistas, porque era el pan y el pago de su hipoteca, callaron y siguieron zombies en sus trabajos; muchos funcionarios sufrieron depresiones, postergamientos y amenazas.
Duele siempre esa equidistancia entre los infiernos y las basuras arrojada, por un lado y las informaciones que se pueden contrastar, pero son obtenidas desde un cumplimiento de la ética periodística.
Existe Philippe Lanchon, superviviente de los atentados a los Charlie Hebdo para desbrozar los matorrales que nos protegen de los miedos. Lo afirmo con Gemma Nierga, años antes, quizás en la presentación de su libro "el colgajo", y lo vuelve a defender con Javier del Pino, pese al cielo que le cayó, sin santos que les abriera la puerta, por agarrarse a los golpes de una vida a la que se aferró.
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