De pequeño, en el colegio, don Ernesto en sus clases, extras, yo creo que por extraordinarias, nos relataba historias absorbentes de elefantes, de cartagineses, de romanos.
Hace tantos años que sólo recuerdo que la Historia pasó a ser mi asignatura preferida, aunque en mi esfuerzo no la fuí fiel.
Buscando más historias, con menos de 10 años, me entregué al periódico, fue mi ocasional compañero, que imitaba a D. Eugenio, que lo ponía en su mesa sagrada, altar de los otros conocimientos; entonces era el As, para los dos.
Pocos años después, comprendí que aquellas informaciones no daban más de si para mí; yo no era comentarista deportivo, aunque lo pude ser, y me empecé a comprar El País. Un día, antes de coger un tren para Sigüenza, un miembro de la curia me dijo que sólo tenía mentiras. Durante muchos años lo compré, admiraré siempre sus reportajes y tan variados temas que pude conocer; pero tras el 15M, tras conocer a oír carnecruda, aquellas páginas ya no daban más de sí, por su dependencia de la publicidad que le hacía obviar especuladores con la electricidad, defraudadores banqueros en paraisos fiscales, por su animadversión a los parias de las tierras que empezaban a elevar sus voces, a través de seres que se enfrentaban, indefensos, a mercenarios en dineros, en injusticias, en golpes ciegos teledirigidos a desordenes provocados, que libraban de los porrazos a los organizadores de sentados en poltronas.
Un día apareció Stefan Zweig, con su libro "Momentos estelares de la Humanidad"; me pareció tan bello que aquellos personajes me hicieran un hueco en su existencia para que yo les pudieran empezar a entender, que curioso espero nuevas noticias suyas. Estos días, avanzo, con pies de plomo y con ojos en chiribitas por tanto aparato tecnológico, por el libro de Irene Vallejo, "el infinito en un junco".
Vuelvo a aquellos otros tiempos, para escuchar a Demóstenes hablando desde el Ágora. Encuentro, en las orillas, los juncos con los que empezaron a escribir para la eternidad que, entonces, se acabaron en una humedad duradera o en un incendio de un loco sin nombre que quiso pasar a la posterioridad o de unos paranoicos que odian que otros conozcan; también, este texto, sin cimientos, es consciente de su permanencia duradera hasta el apagón tecnológico o un click a destiempo.
Hoy al encontrarme con el Herodoto viajero, comprendo que lo que fuí yo, en mis viajes, sólo era un paseante solitario interpretando desde mis mundos; frente a él, inquisitivo entre los pueblos enemigos del suyo, en las guerras de entonces, que le sirvieron para comprender su patria, desde las otras perspectivas de las que eliminó los "me parece", "creo que", "dicen que entonces".
Existen los Kapucinskis, Mónica García Prieto, Ramón Lobo, humilde para recomendar conocer más de Bosnia, a través de un autor que se asentó en todos los tiempos, Marc Casals, para escribir "La piedra permanece", por encima de sus crónicas sólo de guerra, Maruja Torres, Olga Rodríguez de Francisco.
De Herodoto a la Sevilla, esclavista que acogió a tantas vidas arrancadas de sus raices que poseían las tintas que necesitaremos para sus relatos que nos describian aquellos daños infringidos en tantos poblados desposeidos de sus jovenes, creativas y con las fuerzas necesarias para haber aprovechado los conocimientos que aquellos invasores poseían, pero estos piadosos egoistas sólo querían servir sus ansias y para ellos necesitaban despersonalizar al ser humano y convertirlos en esclavos para todas sus satisfaciones, incluidas las espirituales, si por ellas entendemos esclavizar a su dios al que dicen adorar.
Escuchar a sus Herodotos para remover nuestros cimientos para que crezcan las flores
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