Siempre me he hecho esa afirmación cuando me miró en el espejo. Veía un conejo; ni de coña iba a ser yo, sobre todo y como dice el refrán, no cumplo con lo de follar como ellos. Tampoco podría ser que fuera yo quien me viera ahí, pidiendo seriedad a la hora de gobernar un país y pusiera como ejemplo a un vago reformado que ha vivido de chiringuitos y que, sin embargo, ahora, apoyo la empresa privada, las pensiones privadas y todo privado. ¿Por fin le pagan ellos?
De acuerdo que me quedo entusiasmado mirando al espejo, como para reconocerme. Amelia Tiganus en su durísimo libro también lo hace. Ella lanza palabras, nada condescendientes, contra puteros, proxenetas y Estados que tapan los ojos ante la vida y deja entrar el dinero.
Como decía, no tengo las orejas tan sobredimensionadas como para que, por un lado, me tape los ojos para no ver tantas corruptelas, por ejemplo, vertidas en cauces de ríos que se venden como actuación ecológica y por otro, por ser protuberancias atrofiadas, no haya podido oír el origen de tantas afirmaciones vacuas. Nieves Congostrina confirmaba, hoy, que lo agigantado en tamaño, cómo podía pasar en aquel Fernando el deseado que tanto defraudó, como podrían afirmar algunas de las que se introdujeron aquellos berenjales, que es mejor calidad que cantidad.
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