lunes, octubre 11, 2021

La palabra que bala

 En el paisaje se encuentran nogales. Un día alguien me enseñó fotos de aquel mismo espacio, pero hecha, 80 años antes. No había nada, es como si aquella tierra tuviera el hambre de Miguel Hernández. Llovieron piedras, igual que árboles; durante años crecieron pero con la arbitrariedad de los vientos gélidos de la sierra, que casi siempre les castigaba y muy de vez en cuando les concedía que las ubres de las ramas amamantará a las nueces, hasta darles la consistencia con la que luego, por ejemplo, cubría el alajú.

 Al arar la tierra, todo mi ser se envuelve en un halo de gasolina. La mente intenta escapar de esas cadenas y contempla el lugar donde las patatas y las cebollas pugnaron por guardar las esencias que ahora agradecen algunas de las que ya las ha comido. 

 Cuando un día, con un despertador metódico que no está al tanto de las fiestas humanas, te despiertas en una hora anterior a lo que la mente y el cuerpo te reclamaba, tú, por apagar esa luz que te golpea la oscuridad que te enriquece, te ves investido de otro sol, el de los instagram de segundos que raptan tu mente. En la prisión del Tánger de las imágenes, el cerebro y las manos se desconectan, el ventanuco no muestra la luna y sus barrotes se desprenden para ser los bastones que te anclan a lo extraño. Sientes que esos cuarenta minutos ha sido el camastro sobre el que te acomodarás y admitirás tu supervivencia en los alimentos que te van proyectando por el agujero de la puerta por donde te lo introducen, ya cocinados.

  No muy lejos, cuando ya has admitido ese fracaso, contemplas cuatro libros que son la llave para abrir esa cárcel: el de "la revuelta de las putas" de Amelia Tiganus es un golpe a tantas estampas comunes que vemos en nuestras rutas, sin pararnos a escuchar a quienes ponen sus agujeros para un sueño de masculinidad. Es tan duro, con muchas y largas disgresiones, como la lucha que debió emprender para comunicar su cuerpo con su mente y sentimientos.

   "España" de Santiago Alba Rico y "los Taliban" de Ahmed Rashid requerirá asistir a las plazas, campos y ríos de donde saquemos cervezas de divergencias, pinos sin maleza que les prenda y aguas que sofoquen tanta sed, pero "El infinito en un junco", al desprender su precinto, ya en su primera página me anima con los pulsos de las letras que cobran sentido en las palabras y de ahí, como en un aeropuerto promete integrarme unas alas sobre las que sobrevolar tantas tierras. Sólo que parece ponerme una condición.

   No serás parte de esos vuelos superfluos que te dieron el placer ansioso de un instante; pasarás a tener la condena de tu humanización para ser parte de la comprensión del otro.

  No muy lejos, ella, alumna ávida de desentrañar el porque del poder de las lianas que pugnan por extraer los zumos de su necesidad de exploración, reclama una historia escrita entre las brumas de un día invernal que escondió una pepita de la que años después, brotó la necesidad de volver a adentrarte en lo que de pequeño, en esos vuelos sin dueño, te ofrecían sólo dulzuras fugadas.

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