Era el sitio indicado; la corriente era suave y el fin del trayecto te adormecía. Los tensos recuerdos pasados se desvanecían y ahora, te ensorbecia el sentirte poderoso. Sabías que al lado había u n siempre máldito sifón silente pero lo descartabas por su endeblez y su pequeña sombra de amenaza, en medio de la sombra que parecías proyectar con los conocimientos adquiridos; eso si, en estados de cruel podredumbre por lo que parecía que no llegaría nunca, la habilidad con tu kayak.
Al bajarme para atender y exhibirme entre el público que había llevado; la nube de mi orgullo no me permitió ver que a mis pies, primero la pala, luego la piragua empezaban a deslizarse. Cuando quise reaccionar ya me habían cogido unos metros de ventaja y ahora si que noté la fuerza del agua que me desequilibraba en aquel suelo tan desigual. Olvidé la compostura ante el auditorio, porque en realidad, siempre me he manejado mal con las apariencias de triunfador.
Lo peor fue que al agarrar la pala, más juguetona con las olas, y luego el pesado kayak, me dí cuenta que la corriente me había llevado hacía el sifón que ya me estaba engullendo. Conseguí apartar pala y kayak a un lado, con un supremo esfuerzo. Hubiera sido el culmen del fracaso que yo mismo hubiera cegado aquella entrada a lo desconocido.
Luché con todas mis fuerzas. Sabía que aquellos días primaverales, las lluvias terminaban de arrastrar lo que el invierno y sus nieves habían quebrado. Dentro podría haber cualquier cosa que si se había quedado allí, no me ayudaría para nada. Pateé como un hélice hace en pleno despegue de su aeronave; agarré con los dedos los filos de las piedras que quizás soñaban con hacer rebanadas para alimentarse. Cabeceé arriba y abajo por si en algún espacio podía encontrar unas décimas de misericordia en unas mínimas contras.
Nada de lo que atisbaba a ver parecía que ya en el centro de la corriente, con la ley de Bernoulli aplicándose en la perfección que es su descripción, quería ayudarme. La lucha era atroz pero las imágenes también empezaron a mezclarse, con los personajes que eran un recuerdo pero que aquí se humanizaban para acompañar la lucha. Una sonrisa de haber salido juntos de días de rebufos y piedras, un silencio que se posaba en tu hombro para infundirte una nueva energía, un pastelito extraido de "El Perfume" de Milan Kundera que lograba poner toboganes que tenían un fin jugueton.
Aquellas personas fue lo último que ví. Nadie, por suerte, se había tirado a salvarme. La trampa era que no uno, sino todos pudieran haber sido tragados, conmigo como tapón.
Cuando desperté, de sus caras ví susto y alivio; sonrisas nerviosas y lágrimas. El sifón me había dejado salir y despues me recogieron, débil, respetuoso con un río que siempre cumple con las normas de la física, según lo que se le aporte, tanto en positivo como en negativo.
Está en nosotros, conocer esas reglas y explorar la belleza que siempre atesora un río
No hay comentarios:
Publicar un comentario