En uno de los bolsillos he dejado las semillas. No muy lejos, las había encontrado en aquel campo cerca de aquel poblado ibero. Nada pasará durante siglos, aunque una mujer dejará dicho que de ellas florecía un nuevo mundo.
Tras la llegada de su silencio forzoso. Todas agacharon la cerviz ante la violencia de las anatemas que reciben de los sacerdotes de aquellos dioses egoísta y, claro, de los palos que recibían de mentes perturbadas por certezas manipuladas.
Junto a las semillas, encontré una nota de ella donde intuía que la condescendencia de entonces, abriría las puertas a aquellos tipos de violencia. Había reuniones donde los sabios de las niñerías sentenciaban a los que recibían palos de los tribunos que no tributaban, de los reyes que gobernaban sobre la recepción de sus prebendas y de sumos sacerdotes que dotaban a sus injusticias de la contundencia de su vista liberada del equilibrio del desconocimiento de los beneficiados. Todo iba cediendo porque a los acuerdos unos ponían el cianuro de sus cargos envilecidos y los metían en el saco de la comparación de quién sabiendo su camino, había escuchado a los otros.
Todos veían como el contador se iba deshaciendo en la tinaja de la cal del tiempo. Aquello, que era triste, parecía inevitable y en sus vidas otros caminos debian ser desbrozado.
De aquel bolsillo, alguna semilla ansiaba que le diera su tiempo
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