Ella trazó historias sobre el río de la memoria. Las contras median su habilidad para controlar las diferentes velocidades con las que podía tener un tiempo de reposo.
En mi caso, nunca he tenido claro donde encontrar el reposo. En su regazo, sólo, ahora parece ser, fue un instante. A veces, lo reproduzco, como un niño egoista que quisiera revivir esos momentos, sin más compromiso.
Cuando me preparo para visitar a la vecina. Ella me recuerda que lo nuestro durará el tiempo que necesitará un hielo para derretirse en un whiski on the rock. Por ello, me pide veracidad, porque mentirle con mi supuesta pasión a ella no le sirve; la verdad alternativa que sustituye a la palabra mentira, ella, lo odia. Nos prescindimos de las mentiras de las pasiones desatadas de los jóvenes que poseyendo el tiempo infinito, lo toman el primer día en un trago.
Nos necesitamos, nos entregamos y cuando comprendemos que el día está cerrado para disfrutar de un paseo, en silencio, este lo emprendemos sobre nuestro cuerpo. Ya no es correr a 3 minutos el kilómetro, ni mirar a la luna. Ahora cuando el brillo de ella, se refleja en el cuerpo de mi vecina; cojo esa luz en mi mano, la cierro y sobre su nuca la enciendo para que si por el camino que he recorrido mil veces, pudiera encontrar una oquedad sobre la que labre otro momento de ensueño. Decía Amelia que no le había perdonado su pareja que en un momento determinado, ella se fuera de la mutúa entrega.
Yo me aferro a todo lo que veo en ella, para que guarde en el recuerdo que esos instantes eran plenos. Quiero que cuando pase el tiempo, todos los sueños parezcan materializarse y ella pueda agarrarse con firmeza a la veracidad de mi entrega.
Pasara el tiempo para que el olvido se agrande. Sólo en la cerca de la veracidad, a veces, nos subimos para contemplar el caballo salvaje de la pasión
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