Pregunta que aparece en LaMarea en su publicación de papel, para los meses de Julio y Agosto. Antes de leer lo que han respondido muchos personajes más o menos conocidos por mí, ¿la podría responder en unas condiciones honestas?.
Podría hablar de ese barco que llegó una día a la vega, no tenía punto de atraque, con lo cual después de virar por barlovento y de por sotavento, amenazó con irse. Le pedí que no, que no tenía claro si me embarcaría en él, pero estudiaría las oportunidades que me estaban ofreciendo. Le pedí que bajará las velas y le señalé una piedra que le podía hacer de boya en mitad de ese mar de centeno. Amarró a la primera porque aquí no tenemos las corrientes que nos encontrábamos en la bahía de Laredo, ni salían, innumerables barcos de Santoña a faenar, para en la madrugada, ofrecerme un vestido de muerte y color la lonja.
Recogidos velas y sacados timón y orza, me acerque conduciendo dos piraguas de una de las formas torpes con las que me había especializado.
En ese barco llegaba compañeros de la información que he recibido durante este año; necesitan su descanso y han estimado que desde aquí se adentrarán en las cuevas de los bodegones, en las sendas que surgen por las pequeñas estribaciones que nos llevan a Canredondo, o Carrascosas. Olvidarán su frenético ritmo para que nosotros buceando en su honestidad podamos descubrir calas donde descansarán a la vez que percibirían el mundo que nos puede surgir.
No puedo negar que les he necesitado, les he leído; no con la profundidad que su información me ofrecía y yo debería haber correspondido, pero están ahí; me imagino que como en tantas ocasiones, el reto de reunir todos sus variados puntos de vista para ofrecer lo que debiera ser un ameno podcast, se irá derritiendo por el paso de un tiempo que exorciza las palabras necesarias, volteadas en una noria de historias que se fugan en el punto más alto del vuelo.
Se quedará unos días, todos ellos, desaparecen, o por los Centenillos, o por el Collado del Medio o por el Frondón; yo, con el tiempo he aprendido a no molestarles, cada vez menos.
Cuando algunos días, en mis pasos de carrera, que a algunas les asusta porque pareciera una postal fija de intenciones, pase cerca de ellos, les saludaré, les recordaré tal o cual día de conversación poderosa, con psicólogos, sociólogos, politólogos y también con Scurati, escritor italiano, que ha escrito: “M, el hijo del siglo” que narra el ascenso del fascismo en la Italia de 1920, momento para funambulista en la cual el más listo y sin escrúpulos fue el protagonista que también embarcó, en este caso a todo un país, en una aventura corsaria, donde el capitán, supo interpretar el rumbo que querían darles los patrones y armadores, tan patriotas, como sin escrúpulos, para investirse de un poder con el que sueñan quienes ahora hacen las mismas disquisiciones y se ponen en la misma disposición de sometimiento a fuerzas de eternos poder.
Por esos pasos, sin embargo, llevaré mis propios pesares, 32 años ya en la enseñanza, tan queridos, tan con errores, tan queriendo mimetizarme para que ellas aprendieran y yo de ellas, Mis miedos también viajan por esos mares de trigo, de pinos, me acompañan y quizás, cuando las sirenas los proclaman en coros infernales, de noches de tempestades de calores, donde todo parece que se va a hundir; dudo si debiera haberme puesto los tapones de las indiferencia para las infamias que se pudieran verter por puntuales momentos, o debiera haber rugido, pare defender mis equivocaciones que nunca tuvieron el veneno de los canallas. Sería, una lucha pérdida, quizás como hoy escucho, en una barra de bar del puerto, como cuando el torpedo que tiene toda democracia, se atreve a llamar a un científico, reconocido por su honestidad, muertorista. ¿Qué valor tienes tú, si en el fango el que aparece con barro, te recuerda con intensidad al que quisiste dar un empuje que, a veces, no supiste, otras, no te atreviste y en otras, los coros de los locos, incluso a ti te superaron, hundiéndote, para decirte: somos más, Osados, como aquellos; y miserables, como las vidas que ofrecemos.
No sé contestar a nuestra pregunta; el silencio de los otros, no debiera embarcarme en los viajes a los infiernos, a los que nunca he querido llegar.
Oda al viajero solitario, será duro, triste y con momentos de incertidumbre como en la Bretagne, cuando dirigir y llevar dos velas se hizo duro y volcaste, pero enfilando a los puertos de los miserables para enfrentarles
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