Me he ido a encontrar con Leonardo; sí, Da Vinci, pero sin fantasia me ha dicho que no podía entrar.
El caso en que la hoja que tengo al lado, me doy cuenta que tras muchos años, puede que todo sea una repetición y que los miedos se hayan hecho los cascarones de las barcas sobre las que me dejo llevar, para poder navegar por ríos, muy tranquilos, bellos por los horizontes que nos sumergen en un campo de naranjas o intrigante porque con su nueva luz, quizás descubra algo que no esperabas
Estos días me agarro a Rodari, y el solo anuncio que amiguetes puedan venir desde Cifuentes en bici o puedan atracar con su vapor en el puerto de la fuente, me hace preparar un programa de actividades para que se sientan involucrados en la recogida de los melones, que no siempre ha sido fácil en esta zona de la incipiente Serranía.
Yo, el caso es que las ventanas de arriba las he dejado preparadas para que con su última pedalada puedan penetrar por el vano, sin más susto que la voz, que espero que no les moleste, del pajarillo argimiro que me ha pedido permiso para repostar allí.
También, tienes unos palabros Armiro, me ha dado por llamarle, repostar es como si vinieras de allende de los mares y para mí, que tu has nacido en el campanario de la iglesia que tienes enfrente. No vayamos a exagerar con tus logros, porque entonces, que tendría que decir yo, que tras casi 40 años sin venir por aquí ahora llevo, este será mi sexto año, que mi tiempo de repostaje se hace eterno.
Me ha mirado, le he respondido, fijándome en él; me ha dirigido unas palabras de conmiseración. Para que te des cuenta de la relatividad del tiempo, esos 2 minutos, que he tardado en cruzar la calle, me han dado más luz que tus años, vagando por mundos con estrellas, ramas, piedras e incertidumbres.
Claro que les voy a recibir, ya me he dado cuenta que, a veces, te conformas con Dylan, con Jhonny, con Bruce, pero estos pequeños grumetes te van a traer la incertidumbre para que tu no te admitas como un tiempo pasado a ser contemplado.
Vas a tener que reinventarte, sorprendente y encontrar nuevos tonos, en el que ellos puedan también, sentirse en un nuevo planeta lleno de libros que pierden las palabras y que sin ellas oirán hablan de niñas que tienen que salir de su tierra porque han perdido los panes que llenaban sus tripas, igual que las letras llenaban las barrigas de las hojas. Moverán muros que se abrirán para encontrar la marca de aquel gran golpe que dio mi primo jugando a la pelota a mano cuando en un último esfuerzo, con un escorzo, llego a una pelota imposible, que fue celebrado por aquella chica que poco después, cuando la mies había sido recogida y los bailes se habían acallado, tuvo que emprender un largo viaje que a ella le quitó la cinta con la que había proclamado su paso de la adolescencia y a él, la dulzura de la mano a la que soñaba entregar la caricia de esa mano que fuera del golpeo de la pelota, se vestía de seda para trazarla encuentros de besos escondidos, eléctricos, más intensos que los pequeños brotes lumínicos del “cúcala”.
Todo ello, estaba preparando Argimiro, joven pero buen anfitrión. Yo, mientras cogía fuerza en sus alas, sabiendo que pronto se alejaría de mí. Le concedí el deseo de probar su voz, incluso en la noche. En ella, su voz, apaciguaba mis tormentas.
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