martes, julio 07, 2020

Musa, de la patera al patio

No cogió la patera que su otro Musa cogió para Sicilia; él está aquí, en medio de sus compañeros. A veces, comunicarse con ellos le parece una muralla infranqueable, además coronada por concertinas. La hora anterior han estudiado los desiertos del mundo. Pero que sabrán ellos, que incluso quien se justifica como "estoy malo", aprovecha para ver la realidad a través de un móvil, que el profesor no percibe se está utilizando en este momento.

No podría pensar en el número de pasos que dio, primero desde la desesperación por salir a un espacio que le era desconocido; si los europeos tardaron siglos en mandar barcos en dirección a donde se pensaba que había una gran falla, por donde al doblar se caería como en una cataratas. Sus incertidumbres eran saber si en las palmeras que aún existías al empezar el mar de arena, no estaría el malvado rey, que se había unido a la banda de los 40 ladrones, para entre ser abanicado, por una, o por varias esclavas a la vez, le dispararía porque se pusiera en medio de cazar su pieza a la que tenía derecho.

Superó esos terrores, como aprendió de lo bueno y de lo malo de la condición humana. Se apaciguó con quien compartió una taquilla, pero le decepcionó que se llevará sus zapatillas nuevas, dejándole unas ya usadas y que, al final, agradeció porque las nuevas le estaban haciendo daño.

 Sufrió porque durante días debió parar en otro oasis, donde pensó que a cambio de su trabajo, le montarían en el jeep que le podría agilizar su paso por ese océano arenoso que le engullía como en el rebufo que había descubierto en su río, no muy lejano y con el que jugaba pues una vez, tragado hacía abajo, descubrió que desde allí buceando podía escapar de sus garras.

 Una compañera le pide que la acompañe durante las siguientes vueltas al patio. Está incómoda porque se había parado como ha empezado a hacer durante este año, y el profesor, ¡qué se habrá creído! Le ha dicho que la iba a dar una patada en el culo para que tuviera menos excusas. Ella, el año pasado ha bromeado con él, le ha cogido el ipad y se ha hecho fotos, y lo que ha querido, pero este año; este año, nada de bromas, le han dicho unas arpías. Mientras corre, Musa la escucha, pero no comprende, donde está la maldad, primero, en palabras dichas desde el cariño y el respeto de un profesor que les ha estado explicando lo que quisiera que consiguieran en esta sesión. Le cuenta, como para salir de aquel espacio, sin ser pagado por sus días de esfuerzo y descalzo porque le habían prometido renovar su calzado, pese a sus reticencias, tuvo que correr, suerte que había entendido a un cliente que siguiendo unas señales, que en otros momentos había visto pero no comprendido. Corrió porque una jauría de mantenidos quisieron quitarle un bidón de agua, mágico, que se llevaba en la espalda y le permitía ir bebiendo, además de detectarle pequeños oasis, no perceptibles para el ser humano. Segundo, le dice Musa a su interlocutora desde la severidad de ser regañada por su mala actitud pero no de una forma severa. Ella, le replica, que utilizar esa parte de su cuerpo, lo ha entendido como vejatorio.

Musa calla, existen muchas cosas que él no comprende y que ha debido ir aprendiendo como lo que es un desierto que les explicará a sus compañeros para que sientan los clavos que le enviaba el Sol cada mañana cuando estaba en su plenitud y parecían que sus pasos se detenían porque sus pies habían sido ensartados en cada trozo de arena pisado.

Hoy, quizás, no queden muchas vueltas por dar, aunque va viendo que al profesor se le enciende la bombilla cada vez que algo no le gusta y hoy lo está viendo así. Ella, le lanza su cariño con sus explicaciones particulares, a veces livianas, a veces, duras de los miedos que la embargan en estos tiempos de tantos cambios en su cuerpo.

Él va a empezar a decirla que después de un desierto, que te engulle cuando no lo hablas, o no lo superas con las personas que necesitas en ese viaje, se te aparece otra masa tan ingente como las arenas atravesadas, pero en este caso de agua; su cuerpo se contrae por el recuerdo de los terrores acumulados en noches, con amenazas de asalto; en días con puñales solares, pero Joseph le comenta que ahora sí, que en la otra orilla, que apenas atisbas, existen otros tipos de vida. El profesor les ha metido prisa, no se han dado cuenta que han enlentecido su paso, que sus compañeras ya están formando un círculo para atender a las nuevas indicaciones; esta vez nos les regaña, sólo desea haber aprendido de dos seres humanos que tienen todo el derecho a tener sus mundos.

 De todas maneras, también le gustaría que salieran de su ensimismamiento, va a ser tan difícil moderar los nuevos juegos, los nuevos bailes, sin que haya contactado en la disputa del balón, sin que se cojan la mano, ¡no así no!, ¡que es como bailaba yo en las fiestas de mi pueblo cuando no tenía ni idea de lo bello que puede ser la elegancia de los pasos armonizados!

 Claro que existen posibilidades para que aún en la distancia física puedan crear historias de encuentros. Musa ha sido capaz de llenar de latidos los profundos abismos que le separaban de este patio, que recorre con unas zapatillas que le han dado también en su primer equipo de balonmano que ha vislumbrado todas sus posibilidades. No se las quita, dice que las amoldará a sus pies para que sus brincos, le lancen a mostrar con un giro y una caída amortiguada para terminar de rodillas a los pies de quienes durante un tiempo le ha dulcificado aquellos recuerdos, que hasta ahora, le martirizaban. Ella también le sonríe feliz

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