miércoles, julio 08, 2020

Es más, pero belleza, también

Estoy sentado, por fin, en la terraza de un bar; ella se acerca, prudente y se asegura que pediré otra cerveza, como siempre. Cuando se vuelve, podría mirar al cielo, pesado en julio; podría observar como los árboles comienzan a estar sedientos y los coches, más lejanos, parecen que podrían atraerme como de pequeño, para saber la marca y el año; ahora sería si es eléctrico o hibrido. Todo está delante mío, detrás una esquina donde yace complaciente el bar que siempre nos da de bebe, como buen samaritano. El caso es que se ha quedado delante el precioso culo de ella y hacía ahí han ido mis ojos. Pasarían mil años para que negará que me gustan, eso no quiere decir que la haya dicho ninguna inconveniencia. De todas maneras, ella no duda, de mi admiración; por desgracia, no es mutua la pasión. Como dice Arcade Fire, a veces siento que "my body is a cage". El batería de mi grupo se ha dado cuenta de mi rápida y escrutadora ojeada. Creo que él, además de admirar esa parte femenina, sabe tocar los palillos pertinentes para haciendo un solo, terminar involucrándola en una letanía que tiene pinta que llame a maitines.

Ella es mucho más que eso, escribe unas historias increíbles de casas tomadas por los fantasmas, por las fortunas que a través de los siglos se han ido enquistando en la sociedad, arrastrando todas las cadenas de sus miserias, pero ahí están, dueños de las imágenes de glamour que enaltecen a las cansadas mentes, oprimidas en las ataduras que les conceden escaso espacio de movimiento.

Hoy mismo, antes de empezar a trabajar, hemos estado un largo rato sentados sobre la hierba del jardín, a donde antes también acudía Belén para proponernos libros y corregirnos vaguerías, en mi caso, que dejaban un sabor agridulce, me imagino como se ha vuelto mi carácter. También acudía Miguel Ángel, para extraer los terrores que anidan en nuestra mente, haciéndonos bailar con Bob y con los trazos de acuarelas que utilizaba siempre Luis Eduardo. Ella, Bea también me mira escrutadora con esos ojos preciosos, redondos, almendros en flor que tira de cada pétalo para comprender porque nos sometemos. Me cuenta que su pareja le ha llamado, una vez más, en medio del trabajo porque recoge todas las hipótesis de estos tiempos y cree que la pócima inventada es la definitiva. Un poco de pelo de anciano, la pulsera de un cantamañanas, o hippy, creo que ha dicho; los nudillos en sangre de una mano que frota el cuerpo glorioso, prefabricado de una geisha que también hace su labor de sumisión. Cuando, despistados los espectadores por cuatro rayos, lanzados desde los diferentes rincones, podrán tener hordas de orcos que creyéndose únicos y serviciales, consolidaran este estúpido estado de cosas, pero que a ellos les ha servido. Yo, le digo que siga la pista de José Martí Gómez, algún juez, en estado Ideal, le terminará reconociendo que ellos también deben cumplir las reglas. Pero, en esa confesión también recordará como un andrajoso que entró en su hábitat mamatorio exclusivo, le obligó a marchar, quizás porque viera en sus ropas, y en su cara picada, el fruto de su traición.

Cuando Bea, se levanta primero, tras haberme leído un fragmento de “Como si nunca”, yo voy a seguir recitándolo porque me lo he aprendido de memoria. Ella, poderosa, me dice que le limpie los pantalones; yo, trastabillo.  La admiro, me da tanto; a veces he pensado que me gustaría más. Pero, ¡estamos tan a gusto profundizando en nuestras esencias de percibir al otro!


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