Cuesta la atención a la lectura, pero aparece "vivir para
contarla" de Gabriel García Márquez; apareció como un no sé, por alguna
habitación y sabía que lo empezaría.
¿Ahora?, era difícil, todo este silencio tan grande, tan inmenso que existe
en nuestro pueblo, te va comiendo. La belleza la tienes enfrente, por un lado,
por el otro. Pero esta quietud, te envuelve como un manto del que sabes que
tienes que prescindir en esta época, aunque el final del otoño y el invierno te
haya sido un buen refugio; pero ahora debiera tocar bicis por aquí, triciclos
por allí. Pinturas en el suelo, muro de la plaza, de los posibles Banksis, que cada chica tiene en su cabeza
para trazar las líneas con las que explicar su mundo. La plaza, no tiene pelotas abandonadas
por el medio, ni el frontón repite su letanía de sudor con el que despertarte
de una sobrevenida cabezada.
Y empiezas, con el libro y te atrapa la autobiografía porque estás en ese
sitio, con los olores, con las ropas, con trazos nerviosos de cada personaje.
¿Qué sencillez más bella!, están en la calle que lleva a su antigua casa y se
alzan los ladrillos y tejados con los humores, miedos y travesuras con las que
fue dando argamasa el autor con la paleta de su memoria. El tren en el que
viaja con su madre, cuenta cada árbol del que recogieron las frutas que les
unió o que les apartó durante un tiempo. Inquiere su traqueteo por saber cómo
consiguió superar tantas trabas para ser escritor como la madre, superar las reticencias familiares para germinar con un
amor de 11 hijos propios y algunos asumidos, por los hechos de un padre, que generaba frutos de vida, por los calores ecuatoriales que en mi encierro serrano y cultura intrínseca, cristiana con capa de culpa de hierro, encima.
Y buscas el balcón, al que nunca te has acostumbrado, al que te ofrece un
Sol grande y un espacio pequeño en el que cocerte y en el que empiezas a oír
los primeros zumbidos de los despertares de la fauna voladora. Te viste el
sabor de esa miel que siempre buscarte en tus tíos y en tus primos, porque
siempre ese arte, como tantos otros, como el escrito, lo visitaste de pasada y
sin embargo, ahora que te aparecen troncos como colmenas para la miel, te
vienen esos granos de polen que ahora no tienes y que sin embargo, ayer, en
nuevas búsquedas, encontraste que era algo cotidiano en la vida de tu madre.
Madres interesadas en que el futuro de sus hijos, tuviera la seguridad de las
celdas, pero al fin y al cabo, eran celdas.
El tiempo avanza, el día está quieto, dolido porque los árboles de
Florencio, ya no podrán ser labrados por él, pero como le describió Fernando,
habrán tenido los mejores cuidados de un corazón sensible para el ciclo de la
naturaleza. Hoy, parecen que se helaron, ¡cómo no lo van a hacer un poco si el
frío de las pérdidas nos atenaza nuestras miradas, que pierden las luces de las
esperanzas! Tantos pequeños detalles para estar, a tiempo para la desbrozadora,
para la mula, para los gatos. Lazos que están tan presentes y necesitando un
volcán para una salida, aunque sea pequeña, parece querer hacerse costras como
mis rodillas, por torpes saltos, caídas de bicicletas, indomables o balones que
no podías permitir que se burlara de ti y por eso lo indicabas rasgando
pantalones nuevos.
Te pesa la palabra, te pesa una plaza silenciosa como una roca que te
aplasta; como auxilio, esperas escuchar la naturaleza pero a ella, también le
falta Luis Eduardo Aute, y entonces, anclado, a merced de estas olas que se
abaten sobre ti, en un océano, hoy plomizo, sabes que ellos te dieron lo suyo.
Y leer sus relatos, mirar sus huertos y escuchar las canciones, son las cadenas
que levantan el ancla para que en las aguas más oscuras, sigas navegando
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