Sinopsis. Tras ver "autobiografía de un mentiroso" sobre Graham Chapman, uno de los componentes de los Monty Python. ¿No crees que se necesita la locura como método de entender al ser humano?
Deben existir muchos planetas, pero poco habitables para que haya tenido hoy la visita de un
habitante del mundo Chapman. No había oído hablar de aquel espacio tan cerrado
que en ningún momento se me había permitido entrar ni tan siquiera en su
cascarón. Si, allí no tienen tierra, tienen Chap y claro así andan todos
confundidos en un "Chav", en un sharp o un sap, que para gente tan
poco silábica como yo, el caso era el mismo y para ellos, que hace años
prescindieron de las etiquetas sociales, mentiras para aparentar que son fruto
de un orden universal, cuando en realidad van cada uno a su bola; lo cual les
permitía estar en un desequilibrio del que sólo desde fuera, intentaban vestir
de "glamour".
El caso es que el señor servil, que les recibió, había dado tantos cabezazos
y recibido tantos cacahuetes, que pensó que quienes se escondían en tanto y
tanto rincones como había inventado para poder soportar los hedores tragados,
le habían transmitido la realidad de su mezquindad. Verse débil y estúpido hizo
que la careta de su chaqueta sólo fuera fruto de sus vómitos que le iban dando
una apariencia de chaqueta única.
Ocurría que estos Chapmanes habían vívido tanto efluvios de ginebra que,
básicamente, no distinguían entre las sumisiones de unos y de otros; tan era
así, que a nuestro engendro del apareamiento de tron y corte, a ellos les
pareció el final perfecto para ese ser adulador, como un jamón "de sabor
ibérico"; llevados allí, porque la última noticia que habían recibido en
el aparador de la casa del señor de los aros, muy conocido en el Planeta por
ser capaz de mantenerse erguido sobre una de sus manos, prescindieron de las
piernas tras una época encerrados en su casa, también a causa de una guasa que
se habían corrido entre los pilotos enviados a recoger al pecador de la pastera
que tenían montada entre corzos y ciervas y que había pintado muros a modo de
tabletas de chocolate, que dada la escasez de gimnasios a los que se había
llegado en aquella situación claustrofóbica había derivado en orondas orejas
sobre las que se podían portar las más brillantes ensaladas que las
defecaciones de aquel cerdo había soltado, no ya sólo por su, a no que vulgar,
sino por su boca y narices que habían sido propulsores de mocos sin moqueros
sociedad limitada a ser anónima para que no encontraron el salvoconducto que
les indicara cuando uno acababa de ser un cochino suelto, muy natural y todo lo
que quieras pero te ves atacado por la piara entera y se pasa de sus chillidos
histriónicos a las más duras intervenciones taladradoras con que son premiados
por el uno, que chupa rueda, de lo que se tragan los mercaderes aunque estos, a
veces lo sacan al balcón para que como colgante boca arriba, adorno los trapos
con los que encelan la sinrazón de tanto y tanto consumidor de hierbas sin
opíar, como podríamos decir que sus opas fueron sacadas de flores criadas en
malva, que en donde suelen sestear quienes durante años, sólo recibieron las
caricias de los que se tiraban para ser alfombras y luego decir que sobre ellos
las estrellas tintineaban, aunque a los habitantes de Chapman, más les parecía
que tontoleaban, más que la Ava, que les habían mostrado una imagen holográfica
que se vanagloriaba de a ellos, tan diferentes haberlos encerrados en una
habitación sin luz, con vistas a túneles que habían perdido sus railes.
Y tras el cuarto Gin, en una tónica de sagacidad pero sin chorradas de
frutas y guisantes por extraer sus esencias, esperamos el próximo envío masivo
de post it mezclados con mala, incapacidad y brebaje inyectado en verano, para
que aparezcan como útiles, seres voladores sobre alfombras de colores que
entoñan más que un himno los polvos absorbidos por las tierras venenosas que
les inyectaron en vena quienes luego, volverán a salir en algún otro libro de “Traidores”
SA, para ser conocidos quienes habían tenido a sus marionetas, ocupando
estrados, contertulitrados y otros trados a los que amamantaban de las ubres de
sus otras criadas, porque a ellos, tocan los cojones, les gustaba un rato y
para eso tenían a su retahíla pero que se los tocarán. Ni el más baboso de sus
lacayos se debía acercar.
Hala, fabricar más y más, enviarlos como ofendiditos y
venga, que ya me pongo yo. Agáchate que para esto si me sirves
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