Apareció cuando estábamos terminando de exorcizar los miedos
pasados, con cinchas, al coche. El ruido era rítmico en su acercamiento, por
lo tanto mientras apretábamos, cada uno a un lado, nos dio por hacer la
broma del bufido que siempre realizábamos tras un paso difícil
o entre piedras, o con ramas peligrosas o con corrientes con final difícil;
tuvimos la relativa suerte, de que a sus pasos, que nos daban la entrada a
nuestro dudua, el plantígrado le inspiro imitar nuestro famoso ruido. Por
supuesto, lo osobrutizó y desde luego, y por ello, cada uno habíamos entrado por una
puerta del coche con las bateras de la cabeza marcando un grogui.
Al rato llego, rodeo el coche e olfateó que entre otras
cosas, dentro, había más miedo que vergüenza. Aburrido soltó un zarpazo que arrojó la piragua libre, nuestro Morfeo había preferido los embates de Venus,
y ya en la orilla nuestro kayak, reposada sin dolor; hete aquí que se monta encima, igual que habíamos hechos
nosotros con nuestros miedos de barro. Si, desaparecía el material ya sería la
segunda pérdida en dos meses. Entonces no estaba el bolsillo para estipendios
por eso no quisimos recortes de material, así que ahí nos tienes; nos cambiamos
rápidos, empezando por los calzoncillos y de ahí pasamos por chalecos y cascos
hasta afianzar el material de rescate. Yo no sé ni quien le había enseñado la
imprudencia de montar en la piragua, ni donde lo habían practicado, pero vernos
a los dos, salvar al oso de los rebujos, de un
sifón y de un infranqueable nos mostró que el oso puede dar zarpazos, hasta despeinarnos, pero también
puede no ser nada, cuando queriendo parecerlo, sin embargo, sus actos, donde no sabe, son de un pélele
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