El protagonista en “Sorry, we missed you” parece ser Ricky, un “chav”, chico de barrio obrero con poca formación, como diría Owen Jones en su maravilloso libro del mismo nombre. Chicos que tenían derecho a la fiesta que nos empezaban a mostrar en “Falcom Crest” , donde los ricos no tenían las reglas que nos dictaban.
En la segunda visión de la película crece el personaje de Abbie, su mujer, las Abbys que un día estuvieron en las macrofiestas, que nos hacían sentir parte del sistema. Muchas conocieron a la persona que les despegarían las fotos de sus pálpitos adolescentes en sus carpetas de sueños, ahora ya destruidos.
Ambos protagonistas, amarrados al amor por Seb y Liza, aceptan las reglas del juego y deciden un sacrificio más, insaciable tiempo. Abbie renuncia a su coche cercanías para que él sea uno más que se sueña dueño de su futuro, como driver autónomo, dependiente esclavo de una gran empresa; podríamos narrar el cuento del palo y la zanahoria moderno.
Volver a ver “Sorry, we missed you” se hace duro, porque sabes que Ken Loach, te muestra un momento mágico como puede ser la hilarante conversación del hijo, Seb y sus tres amigos con el guardia del parque cuando van a realizar sus grafitis, sobre un panel prohibido.
También, has aprendido que no te va a perdonar ni una lágrima, ni un tiempo para el desasosiego. Abbie, trabajadora de asistencia a domicilio sigue, zombi 6 días a la semana durante 14 horas, la nueva ruta del bacalao, ahora de la precariedad en la atención domiciliaria y en el desamparo a una monetizada sociedad envejecida y montada en la cabalgadura de soñarse invencible sin el otro. Caldo de cultivo para ser descabalgada por la dureza de la piedra, que te arroja tu hijo, que no es atendido ni en sus propias dudas, ni en su propia creatividad ni en la primera Roz que le abandona, desesperada ella por sufrir bullying en el instituto.
Abbie lo siente alejarse; no sabe ni el momento ni el límite de parar, porque les sueña en otra casa con hipoteca cadena con bola que arrastrar; sin embargo, los barrotes no la permiten acudir al hoy de Seb y de su hija Liza Jane.
Ken Loach, 80 años, sigue rodando su compromiso con su percepción de la realidad. Su honestidad inquebrantable consigo mismo, porque no sigue el doloroso envilecimiento que decía uno de nuestros políticos arribista: “si de mayor no se es conservador, es que no se tiene cabeza”.
Nuestro director conoce a las alumnas brillantes, conoce a las que durante un mes no aparecen por el instituto, porque ante la regañina te confiesa que tiene miedo de una compañera de clase. Nos descubrimos en este tiempo de debilidades que estas chicas son y serán esenciales para que la rueda del funcionamiento de la sociedad no pare. Uno se puede ver metido en las tramas de Woody Allen, con elitistas personajes en procesión por pasiones terrenales, pero el trabajo del director Loach, destila la sangre de nuestras antiguas peleas con los "enemigos acérrimos" del otro barrio.
Antes de ver la película, veo un documental sobre la vida de Ken, lleno de una ironía inglesa maravillosa y entrañable. Las entrevistadas cuelan en numerosas ocasiones la palabra Caballero, para picarle, para transmitirnos que quizás con sus años, sea un conservador.
Despide a todo el equipo que ha hecho el homenaje con: “Bastards”, voz risueña como ramos de flores de las aortas saciadas de primavera.
“Sorry, we missed you”, por retenernos en la escritura
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