Contemplo al ser humano tan diferentes a mí; sigo marchando a cuatro patas y cuando se crea un oleo como el cielo del lunes, a contemplar desde alguna de las vegas, entre pinos y carrascas me tiro un pedo y emborrona ese rosa único que desquicia a Ramón Díaz y algún sabio del fútbol que clama asustado; no les pongan camisetas rosadas, "que se me amariconan mis chicos". Un cazador me da un serio aviso, por el olor producido, y marcho, asustado a otra vega.
A Radetzky me lo ponen hasta en la sopa, pero voy de tropezón en tropezón y así no hay manera de disfrutar "las de ajo", que bien que las disfrutaron el otro día, los compinches de cenas, está la ultima del año.
Es lo que tiene hacerte del "vegetal"; y meterte en un cuatro por cuatro partido por la mitad que todo se acelera y tu llevas tiempo, al trote cochinero, pero claro, ni ellos aciertan, ni tú, tienes la capacidad de ir esquivando los árboles con la soltura de antes.
Así que te expones más de lo debido que eso significa que lo que no entiendes de la Marcha es lo que te va a hacer tropezar o con un matorral o con algún agujero en el que haya profundizado Chema, el jabalí, que ya le vale llevar a toda su cuadrilla a aquel jardín, o aquel terreno; canta mucho, pone sobre aviso y alguno se lleva algún perdigonazo que es poco y puede dar palmas, pero otro, se lleva un balazo y ahí, la broma se acaba, que o te cogen unos, o te sobrevuelan los buitres que estos están a todas; ven un poco de agitación alrededor del moribundo y ya acuden con todos los colegas que el festín no es poco y claro con sus trajes tan alargados con la capa y los picos tan de destrozar, el avío que producen es de armas tomar; aunque chico sea el corzo o la cierva, a ellos los problemas se les acabaron hace un poquito, que es lo que vivimos.
A mi, Peter, el ciervo, que digan que los arreglos de Alfred Reed son más fáciles, pues me tiene con los cuernos incendiados que ahora no es un problema, por los charcos que ahí. Se imaginan tocando la Marcha Radetzky, en pleno verano, con todo seco. Se me calienta la cornamenta por no saber por donde coger la partitura, ya ves, para un saxofón segundo, que es como la del aprendiz y con esos calores puedes quemar una cosecha de cereales o irte a poner tibio en una viña, para que se produzca una trompa dentro del cuerpo, que a la larga es mejor, porque por fuera, hasta que la eduques como los elefantes pasan varias generaciones y no vas a ser tu el primero, que eso de abrir camino ya le pasó a mi madre, la cierva Pepa y se engancho, con los cables de una cámara con la que la estaban grabando, se fue enredando, quedó agotada por no poder huir; pasaron por allí unos niños, sensibilizados con los animales y se la llevaron al pequeño jardín del vecindario que ya ves tu que hace mi madre allí.
Pero bueno, que no, que es muy difícil la partitura; por cierto, a mi madre me la regresaron al campo, pero ya muy cambiada, había visto una serie de comodidades y nos la contaba y como estábamos a lo Radetzky pues no la hacíamos ni caso.
El caso es que en plena trompa, nos ponemos a tocarla y no sé si porque estamos un poco pasotas o que, oye que nos sale; con sus matices, dice José, el dulzainero, pero para un ciervo que empezó a lo bestia, tampoco nos vamos a poner exquisitos, dice él y yo, me quedo más tranquilo que no siempre es así, en esta época, que con estos fríos, vamos de un lugar a otro y a los conductores les pegaremos un susto, pero nosotros, hemos de reconocer que tampoco estamos acostumbrado a que así de repente llegue un coche y mira que nosotros somos rápidos que algunas veces, un humano nos quiere echar una carrera y se queda a los veinte pasos. Eso sí, nosotros a los cien, pero no lo decimos, somos más discretos que ese Radetzky. Dando palmadas, para llamar la atención, nosotros eso no nos lo podemos permitir, menudas balas tienen algunos. Cuando dan a alguna, la última Pepi, veinte metros detrás de nosotros corrió, pero enseguida nos dimos cuenta que eso no iba bien y se fue rezagando. Nosotros, no que venían con más balas.
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