Sonaba todas las mañanas, incluso en los días de grandes tormentas de nieve, donde parecía que las notas eran descargadas balaceándose sobre los copos.
Ella se metía dentro de las sabanas de tal manera que hubo días en los que le resultó difícil salir del lio organizado entre pijamas, edredón e incluso la bajera que se había quedado como hábito.
Se estrujaba durante el día para acompañar aquel ritmo, unas veces endiablado y la mayoría de amaneceres contundente entre brumas.
Si cogía la bici para acudir a su centro de trabajo, buscaba el equilibrio en alguna barandilla que hubiera durante el trayecto y que no siempre tenía las dimensiones suficientes. En el aparca-bicis, a la suya, la dejaba de tal manera que desafiaba el equilibrio, parecía que ella permanecía allí y que el aparato se interrogará como hacer un mejor pino, que el suyo
En su puesto de trabajo se quitaba, los zapatos, que permanecían siempre en la oficina, y los pies se buscaban para bailar, muchas veces tan juntos, que pareciera un "nueve semanas y media" en ebullición. Eso lo hacía cuando estaba concentrada en las cuentas de aquella maldita comedia que era la empresa.
Cuando cuadraba las mentiras de los dineros aportados muchos y justificados, con un esmero de cirujano y obteniendo mentiras de empresas, como hongos, entonces bailaba chotis o se movían con los ritmos de Dexter Gordon.
Si llegaba el jefe, muy conocido por la sociedad, de la que estaba desaparecido, allí su peso era tan apabullante como su meliflua y horrenda risa; entonces se calzaba no sólo los zapatos sino el cuaderno B, donde se cuadraban las ganancias reales y las personas que poseían aquellas empresas pantallas. Allí era todo tan real como la cartera brindaba que llevaba aquel émulo de fantasma espíritu santo que, con vehemencia y una mirada de bisturí dentuno, la hacía desaparecer con contundencia y sin explicaciones, que es lo que tiene ser esas palomas, que no tienen porque darlas.
Ella era apreciada en aquel bufete, en el que el algunos se movían con la falsedad de "El golpe", otros eran dignos imitadores del corredor de apuestas que narraban imaginarias carreras y estaban los mandamases; urdidores de todas las mentiras a las que se abrazaban las empresas pagadoras que parecían "pasar por allí", como por casualidad, y eran los personajes que montaban el "attrezzo" de honestidad que no tenían ni ellas, detractoras de derechos para los ciudadanos a los que decían servir; ni por supuesto, aquellos fabuladores, elevados a los tronos de la política, entonces extraían sus peores artes para servicio particular y menosprecio de los ciudadanos que de todas maneras parecían cómodos porque cuando alguien, como ellos, se pone las camisas de fuerza de los colores de la patria y escuchan himnos y palabras sagradas, se relajan dentro de ese traje y admiten ser llevados a las celdas de castigo, donde ya se hayan quienes desconfían de las voces de los verduleros que aprendieron en el mercado de la Halle que describe Emilio Zola.
Penélope, con su glamour habitual, mece su cuerpo sobre el tenor que la extrae una pasión ajena a lo que, en esos momentos, la rodea.
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