Surgiendo de entre la humareda Paca se dirige hacía el aprisco. Nadie comprende como ha podido librarse de aquel corro de animales salvajes.
No mira atrás, es consciente de lo que estos son capaces, pero también de su cobardía y esa especie de bonhomía tan propia de gente satisfecha.
Si, pueden devorar al más pintado y además sin ningún escrúpulo, sólo sentir ver en quién confían cuando tienen que elegir; les paraliza un dios en el que, por lo anterior, no creen.
Existen las bestias; injertadas en lo público para envenenarla. Nada que ver con las cepas de una viña. Aquí, mamones de por vida, se metieron en lo público, incluso no conocieron lo privado, a no ser para lavar una imagen o crear una narrativa.
Sintiéndose cubiertos por quienes recibirán los dineros públicos, por una judicatura que nada tiene que ver con la justicia por las formas como les abrieron las puertas o por el miedo que infundieron quienes aman la violencia por encima de la patria, de la que escupen su nombre como si fueran un tornado, y de la que se sirven, sin que se crean obligados a darles nada; porque esa palabra no tiene seres humanos, sino seres serviles o los ejecutores a los que pagan, mientras sean traidores a los seres humanos que son quienes forman las patrias.
Estos tiempos y muchos genocidios después les ha servido para comprender que pueden mostrarse delante de unos carteles de tauromaquia mientras hablan de los incendios, sin que esa desvergüenza no les cubra de mierda.
Como van a tener miedo de ofrecer ese paisaje de gastos y padrinaje de las corridas, si sus votantes durante años, siempre tuvieron excusas cuando no les cumplían cada una de sus promesas que les habían hecho y, además, les apoyaron echando siempre la culpa al otro. Lo cual a estos les empequeñecían, a los ciudadanos, y a las bestias les daba confianza que nunca mirarían a los que tomaban todos los recursos para que sus riqueza creciera tanto como la sumisión de los ciudadanos para siempre echar la culpa a los que tenían enfrente.
Ahora ya actúas así, incluso en esas comidas privadas cuando la compañera de enfrente empieza a introducir el extranjero que no ha querido recibir la ayuda, o que ha tomado algo que le pertenece porque es un ser humano.
No, ese el momento de cortar la conversación y recordarles que hubo una epifanía, ya mayor, bella; que no era cuestión de inteligencia si no de mirar hacía arriba y allí indicar a aquellos familias de fabulosas casas que viven de la especulación, de las armas o de haber tomado de la sociedad, más de lo que ella le ha dado, la capacidad de existir.
Ahí se acaba el tema y quizás la posibilidad de otros tipos de encuentro, pero la sutileza de dejar colar un discursos de odio desde el buenismo, es una trampa que te destruye por dentro.
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