lunes, marzo 31, 2025

Patada a seguir, garryowen

 Clotilde, quien sino, lo ha vuelto a hacer, ha aparecido por el campo, como si los dos meses en los que ha estado desaparecida no hubiera supuesto nuestra debacle.

  Ha lanzado su sonrisa al entrenador, a nosotras nos ha mirado de una en una, como continuación de un diálogo que mantenemos desde hace tiempo y para adentro; me he salido yo, que mira que me ha costado llegar hasta aquí, pero ella es especial.

   Con el balón en las manos, con su gesto repetido, una y mil veces, le ha pegado una patada y hemos empezado una embestida, que ha ido abriendo diferentes frentes. 

   Salomé que estuvo con nosotras durante años, ha ido a placar el balón, como hizo tantas veces en nuestros entrenamientos, ha creído que lo podría envolver pero, nos contó luego, hoy ha sentido como que Clotilde le había inoculado una ponzoña que ha hecho que al tocarlo sintiera tal picor que se le escapo una trágica décima, lo suficientes para que Aida se la echará encima, la placará y le quitó el balón.

   Nuestra heroína había encaminado el partido, como había abierto la puerta de aquella casa para que su madre, con problemas motóricos y sus dos niñas pudieran tener unas condiciones dignas de vida

    Sergio había muerto, hacía meses, no tenían otros ingresos que los suyos desde la enfermedad de él. Acudía a los partidos con un peso que tratábamos de aliviar entre todas. 

    Salomé había sido su amante, en una adolescencia tumultuosa, con momentos de gran felicidad. Ella tenía otras condiciones. Su madre es banquera y se acercaba a los partidos tras haber asistido a alguna de las tareas que la iban preparando para ser diferente. Una meritocracia alcanzada en una burbuja.

     Eran unos meses convulsos; todo se había complicado. Los "putos" kit de supervivencia no habían servido para nada; habíamos tenido que salir de nuestros refugios, volver a tomar la vida; la de Petra, su hija y sus nietas, en la calle; recorriéndola de arriba abajo, pero sólo durante 30 minutos los suficientes para hacerse a la idea de los pisos que estaban vacíos; preguntar Clotilde en varias comunidades de quienes eran y asegurándose de ser propiedad de algún banco, quizás el de Euridice, la mama de Salomé, darle una patada, a la puerta, para que pudieran permanecer durante un tiempo prudencial.

    Sabía que los somatenes hormonados no se acercarían, había tenido mala experiencia con las chicas del equipo.

     Tenían la esperanza que todo aquello acabaría pronto; Sergio tenía un seguro, pero las malas noticias se habían ido sucediendo, no cobrarían nada por su deceso; la seguridad que decía un Presidente, la había llamado para que fuera a luchar al frente y aquel balón había surcado el aire para hacer dudar aquella privilegiada. 

     Cuando las asistencias vieron los sarpullidos provocados en Salomé, hicieron una seña a la banda, y de allí, la sacaron en volandas. No era su lucha.

      Llegó a la balconada donde contempló aquel mar embravecido y rebelde e incluso aquello, le pareció suyo. 

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