A Juana Dolores los participantes en una cena, en su mayoría, la han conocido a través de un enlace a una entrevista en la televisión catalana, donde quien preguntaba, horas después de aquel momento, aún se seguiría preguntando porque le había tocado a él, aquellos minutos.
Descarnadas palabras para describir una sociedad de las apariencias. Ella en Barcelona lo vivía de forma continúa; la especulación con las viviendas, las apariencias del Mobile Phone, una ciudad hacía la gentrificación y los escaparates para los turistas.
Por aquellos momentos pasaron los Durruti, los Ferrer i Guardia, la chica de nuestra foto de aquella guerra civil asesina, procedente de un golpe de Estado.
Ahora están tantos colectivos, la ciutat invisible, la generación que produjo los Jaime Palomera y las Ada Colau; otras muchas más personas que ponen un pulso de lucha y empoderamiento en la ciudad.
No existe tiempo para los cálculos de los Ignacio Escolar, los corruptos Antonio, ni las Ana, ¡qué fuerte, que fuerte, qué fuerte!.
Son parte de una maquinaría, con apariencia progresista, al servicio del gran capital que les amamanta. Discurso del "todos igual", buscando mostrar una balanza trucada de casos, que en ningún caso son iguales ni en cantidad, ni en calidad.
Necesitamos y reconocemos a esas Juana o Willy que no dudan en ser crudos para mandarnos a todos a un rincón de la incomodidad, con nuestro conformismo ante las apariencias que ahogan y producen detritus de olores insoportables.
De la entrevista en el "avivir" ,de hoy, a Oliver Franklin-Wallis sobre su libro "Vertedero", entendemos la alerta porque estamos una sociedad occidental capaz de generar una cantidad ingente de desperdicios por el cual parecemos querer ahogarnos.
Juana visibiliza los vertederos capitalistas, hediondos que se van acumulando en una ciudad como Barcelona.
Tendencias para eliminar la humanidad en esta ciudad y que en ella sean las prioridades las ganancias desmedidas y una marea de turistas que despersonalizan la ciudad de latidos en piscinas visitadas desde hace más de 30 años o paseos para aspirar el oxígeno, por su Montjuic que les devuelve a su juventud en sus pueblos de donde debieron salir para crear un futuro que les encerraba en horizontes de hambre.
Por encima de su libro, la escritora es el corazón, aunque parezca no gustarle lo melifluo, que irriga la necesidad de unos ciudadanos que se miren y se encuentren para tejer una tela con manos no sumisas, ni petitorias sino de sentir que ese espacio pertenece a las ciudadanas por encima de aquellos dueños.
Sociedades eternas ahora ahogadas en la sobreexplotación con desechos por encima de nuestra capacidad para eliminarlos.
Oliver en el decrecimiento, como Juana, humanizando los Orsolas para hacer barrio
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