Habiendo empezado un paso, dudó si podría seguir con los siguientes. Aquellos días el mar estaba agitado y no sabía muy bien si podría orientarse hacía el lugar donde había caído ella.
Calculó que tendría poco tiempo hasta que llegarán nuevos efectivos que podrían enlodar la escena. Entrevió alguien que se asoma desde la esquina, cuando este se percató de la atención que producía retrocedió y pareció retomar el camino hacía la plaza. Lo volvió a localizar unos segundos después, en la misma calle, a la misma altura, pero en la otra esquina. Por como quedó, quieto ahí, creyó que desde esa nueva posición, Félix no podría verlo. Si, desde el primer momento y porque Juan no era capaz de quedarse quieto y necesitaba asomar la cabeza de forma repetida.
Olió el océano con una intensidad que pareció poseerle y hacerle desmayar. Cada poro pareció impregnado de un trocito de sal y un mar de ella. Tuvo que apoyarse sobre la barandilla, abrir sus grandes ojos como para despedirse de ese instante en el que creyó, le anudaría toda la vida a la desesperación. Cuando con el segundo paso se acercó aún más a ese maravilloso trabajo de herrería, sintió que sus manos se aflojaban, sus codos se doblaban y su vientre caía sobre él. Como en Match Point, todo su cuerpo se quedó en un equilibrio del que él ya no poseía el dominio. Perdió el conocimiento.
Salió corriendo desde la esquina aquel ser y pareció que su única intención sería levantarle los pies para que el ser en balanceo fuera una nueva víctima de aquellas aguas enojadas. Cuando llegó a él, agarrándole de las piernas, tiró hacía si con todas sus fuerzas y aquel ser inerme, siendo el anzuelo al que se había agarrado la mujer, también la sacó a ella y los dos mojados y cagados, cayeron como una plasta sobre el salvador. Este recordó el cuento del pajarito, la mierda y el zorro. Él aliviado, al menos no tenía intención de comerlos y si de limpiarse un mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario