Ruud devuelve el pelotazo de un castizo que le llamó: como no te voy a querer, si te estoy creando una costra de una herida que te provoqué.
Nuestro protagonista calla y coloca su nuevo golpe sobre una banqueta de la consiguió despegar un vaso con el zumo de naranja que se acomodó en su boca. Lo saboreó y a continuación empezó a especular como será el mundo dentro de 100 años.
Jorge que estaba enfrascado en abrir el bote de cristal de su ultima compra de miel, estaba embebido en sus pensamientos sobre su próximo viaje hasta el estanco. Había pensado que ya no enviaría nunca una carta con un sello y ella le había nombrado en sus sueños; razón de más para chupar el timbre y devolver su llamada.
Decidió emprender aquel vuelo y sentarse sobre aquella nube de agua, que no terminaba de decidirse por arrojar su contenido, como si la tierra pudiera esperar.
Pasó de largo de muchas tierras sedientas y a todas parecía que le había puesto una cúpula para que cayeran gotas que diera sentido a la vida que se secaba allí debajo.
Una mujer, quizás cruel; seguro que miserable y mercenaria se vanagloriaba de haber tejido aquel paraguas, junto con muchas otras bestias, acudían a exhibirse por los diferentes escaparates que elaboraban gases que pudrían el aire por el que se desenvolvían la sociedad.
Alguien se acercaba y la daba mimos, mientras de ambos, casi imperceptibles salían unos hilos y arriba se veían las manos que antes, como un moderno Scroogel se las había estado frotando mientras un perro fiel, había puesto un clickbait, sabiendo que a su amo, le buscarían por aquel nombre.
Ganaban y mundo seguía igual, deshaciéndose
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