Había acumulado tal cantidad de libros que las letras que no salían a la luz empezaban a impacientarse. Conocían a su mecenas; les habían hablado de su inmenso entusiasmo el día que entraba en la Ciutat Invisible y empezaba a intuir todo lo que se podía encontrar allí. La última vez, les había contado que escuchaba a educadores sociales y como cambiar el mundo en el que intervenían.
Él, sólo, allí había comprado "la llamada" de Leila Guerreiro. Bueno, en otra librería, ¡cómo lo dice él, haciendo sabrosa su pronunciación! "El camino a Wigan Pier" de George Orwell, y en otras, ....
¡ahhh, para, para! no los lee, estamos aprisionadas las palabras todo lo que tenemos que conta, sentados en una silla o en una estantería, allí, aburridas. Se ha hecho adicto al twitter. ¡Cambiar nuestras historias, por titulares!. Nos está traicionando.
Afirmaba él, nuestro ilustre olvidadizo que lo más bello e importante que había cogido de la Ciutat era la explicación del proyecto global del que formaban parte; le llenaba de entusiasmo porque su prima, mayor, mostraba entusiasmo por todo lo que parecía suponer de construcción colectiva dentro de una ciudad, tan gigante, como inhumana, en muchos momentos. Eso ya le era bastante.
Bla, bla, bla, decía la B, en solidaridad con la A y con una oración en subjuntivo. ¡Queremos salir, queremos llenar el mundo de frases!; luego que decidan nuestros interlocutores, si hacen caso a las palabras de un corrupto o a la letra de "drive all night", hoy, cantada por Eddie Veder y Glen Hansard.
En un momento determinado, ya liberadas, contaban las palabras escapadas de los libros que se abrían, todos a la vez, que aquella se podía convertir en un guirigay, pero ¡tan bello!
Un niño se dormía sobre la almohada gallina, que se quedaba silenciosa para no despertarle. Un hombre soñaba encerrar la hipocresía de las palabras dichas sin ninguna responsabilidad.
Aquella joven, en la pradera de la universidad, aparcaba su sonrisa lanzada a una margarita salida de repente, junto al aparca bicicletas, donde encadenaba la suya al "si, no, si no, para partir el último pétalo y que deje todo en algun "a lo mejor".
A los vegas, palabra en clave, los cogía una honda, los volteaba y se inseminaban por el Camino de Santiago, por las rutas, no fueran descubrimientos geográficos.
Unas letras osadas, oportunas, como veremos a continuación, se alineaban para aparecer por Queen's Theatre de Dublin, donde James escribió que en la cartelera se anunciaba Leab y hoy, un siglo después, se imagina, en otro espacio, más republicano de aquella ciudad. Sweny's Chemist, a PJ, acogiendo a españoles, con la cordialidad y fraternidad que nos cuenta emocionado, siempre, nuestro carcelero de textos, dice que ofrece un té a los que vagan buscando descifrar el inabarcable Ulysses o a los veleros osados que cogen inmensas olas de palabras que se aceleran por el casco antiguo sucio en una noche impregnada en Guinness, donde los puentes sobre el Liffey no se pueden cruzar porque tienes el riesgo de asomarte a sus aguas y encontrar risueña, a tu amor, aquel que no se presentó a la cita, sin ninguna explicación.
Allí, apoyado en el resbaladizo pretil tú la contarás todas tus tristezas y ella, te volverá a prometer alegrías.
No lo cruzas, te quedas en esa orilla, como el caracol, que también pertenece a ese lugar, en una lluviosa noche, pensando en el Shane que nos queda, alineando su voz, con su espíritu aventurero que decidió cruzar aquella pasarela que tanto le retuvo, con tanto soportes de cariño que fabricó, hasta que un día calatrava, colapsó el puente y le perdimos, porque nada se detiene y él tiene que morir, para que otros nazcan.
¡Palabras!, ¡somos frases, oraciones, textos, vidas en las que sernos otros!. Salimos en aluvión, como queriendo compartir el peregrinaje con los humanos, olvidando que estos se acaban y nosotras, en mestizaje eterno, creamos infinitos mundos, caemos como gotas en nuevas mentes; después de deshacerse las esencias de tiempos duros, pero también los de gratitud a los colaboradores de Sweny, y los sueños y dolores desprendidos conduciendo por las noches, uno para buscar su zapato perdido, otras, donde aparecían cancerberos de mil cabezas con sus voces, en eco.
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